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Quise sentarme a escribir acerca de niños soñando con nieve y juguetes nuevos, hombres rollizos vestidos de rojo bajando por chimeneas, muchachitos criollitos que nacen en pesebres rodeados de vacas, ovejas, burritos sabaneros y tucusitos. Quería hablar de hermandad y buenos sentimientos, de regalos y buena vibra, de familia reunida y abrazos entre quienes piensan distinto. Deseaba pensar que todo en esta tierra era diferente así que, podía salir a la calle tranquilamente a conversar con el vecino de lo alegre que lucían las calles y lo contenta que se veía la gente porque, llegó navidad.
La cosa se puso difícil. Las ideas no fluían, las imágenes chocaban unas con otras y lo menos que veía eran sonrisas y caras de satisfacción. Solo encontraba puños alzados, gritos desaforados, peleas y discusiones baladíes, pasiones absurdas, resentimientos y retaliaciones sembradas en la psiquis de muchos por medio de quién sabe qué poder maligno. Amistades rotas y sentimientos encontrados. Un país. Un país que se resquebraja y se pudre, hundiéndose en la abulia, la ignominia y lo bizarro.
Me dije que quizás no era el momento, que mejor lo dejaba para después, que intentara luego de llegar a casa y tomarme un par de copas. Así que dejé todo y salí a caminar con la idea de que tenía puestos una especie de lentes mágicos. Sí, unos lentes que me permitirían ver todo al revés. Y unos audífonos, ajá, mágicos también, para escuchar lo que en realidad ansiaba escuchar, pero pensé inmediatamente que entonces necesitaría también un traje especial para que me protegiera de la realidad. De manera que no había nada que hacer, así las cosas y pues, qué le íbamos hacer. Igual abandoné la oficina y me eché a andar, como el caminante de Machado, a ver si lograba hacer camino.
A pesar de todo, me negué a dejar de ver la realidad, a perder detalle; sin importar que mi organismo continuara intoxicándose con la polución ideológica, las vibraciones insanas, las malas caras y el indigno proceder. Y menos mal que así lo hice porque, mientras caminaba, fui registrando varios incidentes que poco a poco, gota a gota, fueron llenando mi espíritu –para mi sorpresa-, de manera positiva.
Vi al chofer de un camión repartidor de refrescos, regalarle su comida a un indigente. Una pareja ayudar a cruzar la calle a un anciano. Dos amigos que juntos, sonrientes y a paso veloz, ondeaban los banderines de equipos de béisbol contrarios. Escuché a una mujer hablarle a su hijo del Niño Jesús, y éste con cara iluminada, se mostraba atento y emocionado. Pequeños detalles que comenzaron a gestar “algo”, una cosa que me hizo recurrir a lo que al igual que la justicia, a veces tarda pero llega… Los buenos recuerdos son una excelente herramienta para enfrentar al fantasma del desánimo y la desesperanza. Podemos llenar un gran tobo con ellos y utilizarlo como indican los entendidos en materias místicas, yerbateras y espirituales, es decir, “darse un baño con ese preparado”.
La sonrisa de mi hija, las rabietas de mi hermano. Un “te quiero” de mi esposa y las arepas fritas de mi abuela. La alegría de un amigo escritor cuando encontró el gran final de su novela, el mal chiste de otro amigo pero que igual me hizo reír. El programa de radio, el nuevo libro de otro amigo. El vecino que me auxilió con la batería, mi compadre y sus loqueras. Mis sobrinos que son mis hijos, mis cuñadas que son mis hermanas, mis dos madres y las tantas tías…
Agradables recuerdos, detalles positivos y gente buena que uno encuentra por el camino, los que están y los que ya no. Sí, me serví un coctel de todo esto y lo bebí hasta el fondo, pensé que resultaría mejor que el baño, así que, a medida que voy tecleando, se va formando en mi cabeza una cartelera, y decido que voy a colocar ahí varias notas, pequeños recordatorios:
“Todavía hay gente buena…” “¡Dios existe!” “La sonrisa es como la gripe… se contagia.” “El venezolano cree en la picardía, pero también en la solidaridad.” “No todo está perdido, el mundo aún respira…” “Cómete una sopa de esperanza; para que se te caliente el espíritu.” “Si riegas una planta con fanatismo, puedes llegar a ahogarla, si lo haces con amor, de seguro crecerá.”
Amigos, no sé si estoy listo para sentarme a escribir, lo que en realidad me había propuesto en un principio, pero si creo estarlo para desearles, una feliz navidad y un esperanzador nuevo año. Que la figura del nacimiento del redentor, sirva para recordarnos que cada día es un nuevo comienzo, y que no debemos perder la fe. Sigamos pues adelante, conscientes de que somos parte de este gran universo, y de que pese a las diferencias, juntos, podremos lograr algún día, un mundo mejor.
Feliz navidad le desea su amigo, El Puma… qué digo, El Lémur.
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