martes, agosto 28, 2007

El Sin Vesícula

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Capítulo III

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"HOS TAL"

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Cuatro y treinta, madrugada fría y serena. El Ford Maverick blanco del 75 se estacionó en frente del edificio; la gran “M” roja pintada en el capó y el número “5” en cada puerta, no le permitía pasar desapercibido. Flojazo sacó su teléfono celular, marcó algunas teclas y seguidamente después del tono, se anunció, “el águila está en el nido”.

-¡Mira!, llegó tu loco, qué digo, tu amigote, Flojazo- exclamó con sorna, Rosa Magenta.

-Te dije que llamaras a un taxi, pero bueno, ya está aquí, de manera que vamos, andando, a la clínica pues- respondió Norberto de Jesús.

A pesar de la hora, Flojazo llevaba puestos unos lentes oscuros, un abrigo de cuero y guantes del mismo material. Rosa Magenta lo miró, como si lo estuviese pasando por un escáner. Norberto abrió el portón, luego la reja del edificio y salieron.

-¡Quiubo mano!

-Hola Norberto, cómo andas. Hola Rosa, siempre tan emperifollada, qué linda. Muchacho con suerte este Norberto, ¿no?

-Gracias Flojazo, yo muy bien, pero Norberto...

-Vamos Rosa, móntate. Pero, espera un momento, ¿Y el mimo?

-¿Cuál mimo?

-Tu hija, la cariblanca con ojos pintados.

-“Nuestra” hija, Norberto de Jesús. Se quedó, dijo que tenía mucho sueño y que iba a dormir un poco. La llamaré luego. Como a la una de la tarde para no despertarla tan temprano.

-Bueno Flojazo, vamos, rumbo a la clínica.

-Enseguida, volaremos más rápido que un chisme entre comadres...

-Eeeeesoooo, así, qué bien. Chistes machistas tan temprano.

-No volverá a pasar número uno...

-Aaaaayyyyy, me duele el dolor.

-Tranquilo número dos, ya nos vamos.

-“Número dos” es lo que voy a hacer ahora mismo si no te apuras.

El automóvil salió a la velocidad de una carreta tirada por borricos. Durante la travesía, Flojazo advertía acerca de la necesidad de utilizar el cinturón de seguridad, “hoy estoy más Fast and Furious que nunca...”

El trayecto de no más de dos kilómetros, fue completado en unos treinta minutos. A Rosa Magenta ya no le quedaban uñas y a Norberto, ni una gota de paciencia.

-Disculpen muchachos, pero la urgencia del caso demandaba el uso endemoniado de toda la potencia de mi veloz “máquina de carreras”.

-Rosa, déjalo así, no digas nada. Vamos a entrar, ya no aguanto el dolor- suplicaba Norberto.

Una vez dentro, la cosa se puso un tanto tétrica. De hecho, la madrugada se oscureció aún más y de repente, se desató una tormenta con rayos y truenos. El viejo edificio en donde funcionaba la clínica, todavía conservaba el vetusto anuncio de neón que formaba la palabra “HOSPITAL”. Un rayo cayó cerca del aviso y produjo un corto circuito que hizo que se apagaran las dos letras del medio, quedando formada la palabra:
“HOS TAL” (luego se escuchó un “muuuaaaaajajajaaaajaaaaaajaja”).

-Buenas, por favor, una camilla, please, y un médico que nos atienda...- Solicitaba Rosa Magenta.

-¡Oye chico!, cosa más grande esta lluvia caballero. A ver, pasen por acá. Súbanse rápido en la “guagua” que no recojo pasajeros. Entren que caben cien...

Un morenito chiquitico parecido a “Sebastián” el cangrejo de La Sirenita, fue quien recibió a los protagonistas. Montó a ambos en la silla de ruedas y los condujo rápidamente a la sala de emergencias mientras tarareaba una canción de Celia Cruz.

-¡Eh! Chico, atiéndeme a este hombre que se está muriendo. No seas “comemierda” y ven acá chico.

Desde el final del pasillo, con serenidad y parsimonia, el enfermero de guardia emprendió la marcha para salir al encuentro de los recién llegados. Sólo le faltaba la tez azul para ser la viva imagen del recontra famoso “Huckleberry Hound”, si hasta se le escuchaba canturrear: “Cleeemeeentiiina, Cleeemeeentiiina...”

-Orale mano. No se me achicopalen, ya escuché que llegaron, pérame tantito. A ver, jóvenes, qué les trae por acá.

-Aaaaaayyyyy, me duele el dooolooooorrrrr...

-¡Ah, ta’ gueno! A ver, camillero, ayúdeme a pasar a este carnal para acá, para la camilla, ándele, qué hace allí agachado hombre.

-Cómo que agachao’ chico, estoy parao’, no me jodas.

-Ah, pos... así quédese... Le vamos a suministrar a este joven, un calmante, para que se esté calmadito; una buena dosis de tranquilizantes, para que se esté tranquilito, un poquito de relajante, para que se mantenga relajadito y... ¡Ah! A ver compadrito, páseme esa botella de tequila.

-¡Ñó! ¿Y también le vas a meter aguardiente? Chico, pero tu estás fumao’

-No, pero si ese es para mi. Traiga pa’ ca desgraciao’. Juuuiiii, juuuuiii, qué juerte mano, como pa’ machos, no qué no.

La cosa pudo haber seguido así, pero al escritor le pareció que la inclusión de estos dos últimos personajes, afectaría el sentido trágico y escalofriante de la historia. Acto seguido, se comunicó con el narrador y le exigió no volverlos a nombrar. Es más, que en lo sucesivo, en lugar de camillero, aparecería un portero enjuto con cara de preservativo usado y, por enfermero, tendría que salir a escena una fémina con aspecto gótico y expresión psicótica.

Al narrador no le gustó la idea y subió a la oficina del escritor para entablar una seria discusión. Entretanto, Norberto de Jesús se había quedado dormido bajo el efecto de tanto calmante, y Rosa Magenta llamaba a Flojazo para que la ayudara a buscar un médico o, se quedara a cuidar a Norberto, o hiciera cualquier cosa más útil que estar dentro del automóvil jugando con un “Gameboy”.

En la oficina del escritor, éste seguía escribiendo sin pararle ni media esférica al narrador, quien botando espuma por la boca, amenazaba con no continuar echando el cuento. En la sala de espera de la clínica, el morenito chiquito que hacía de camillero y el enfermero que se parecía a Huckleberry, aguardaban a que surgiera una decisión para ver si recogían sus “macundales” o si por el contrario, tomaban nuevamente sus originarios papeles. En todo caso, sus esperanzas estaban cifradas en la inamovilidad laboral que aún existía en el país.

El narrador mantenía su posición y el escritor continuaba campante. A él le gustaba más imprimirle ese estilo muy a lo Stephen King; de manera que siguió escribiendo, “aquel antiguo edificio tenía un aspecto lúgubre y misterioso, como si dentro de sus envejecidas paredes, se ocultara un terrible secreto...”

Yo, que no “portaba velas en este entierro”, sino que simplemente iba pasando por el lugar, me decidí a continuar la historia, por lo menos hasta que el narrador y el escritor se pusieran de acuerdo, y como éste último seguía escribiendo, no sería muy difícil proseguir.

Después de lo del “terrible secreto” y recordando lo del aspecto tétrico y sombrío del ambiente, continuamos con la narración:

Flojazo entró a la sala de emergencias y rápidamente ubicó a sus amigos. Decidió quedarse a cuidar a Norberto mientras Rosa iba en busca de atención médica para su amado.

-¿Hay alguien aquí? Please, somebody can help me?

-Buenas noches- a Rosa la tomó por sorpresa una voz ronca y profunda, como venida de ultratumba.

-¡Hay, santa madre de Dios! Y usted de dónde salió. ¡Susto! Y serán buenos días. Despierte mi bien, despierte, mire que ya amaneció...

Una figura fantasmal salió de la penumbra y le respondió.

-Soy el Dr. Quénoche, y le aclaro, que por ser una criatura de la noche, rara, muy rara vez, digo buenos días.

-Entiendo.

-Y dígame, cómo podemos asustarle, eh, perdón, ayudarle.

Rosa Magenta, como era su costumbre, comenzó a escanear al personaje: Alto, cabeza grande, dientes pequeños, escaso cabello, brazos largos, ojos ocultos tras unos espejuelos oscuros y redondos, una gran bata blanca, un delantal de cuero con manchas recientes de sangre y las manos cubiertas por unos guantes del mismo color y material que el delantal. También llevaba una botas de hule negras.

Ya era de día, pero la claridad “brillaba” por su ausencia. La fuerte lluvia, los relámpagos y los truenos, permanecían azotando la escena. Y el escritor, nada que quería cambiar aquello, él mantenía lo del “terror” y el narrador que no, que por qué no dejaba la cosa bien cómica, que dejara los personajes de “Huckleberry” y “Sebastián” y les escribiera diálogos al estilo de los “Huevo cartoons”, y el escritor que no fuese imbécil, que no iba a cambiar nada, que la vaina venía con sangre, gritos y mucha penumbra y que si lo hacía arrechar, metía a Jason a Freddy y a los Tomates Asesinos, y el narrador, que se estaba llenando de ripios la historia, el escritor, que a él no le importaba, y el narrador, que el lector se perdería y no entendería nada, y el escritor, que eso le sabía a joroba de dromedario.

“Huckleberry” y “Sebastián”, ya se habían “chupado” media botella de tequila en la sala de espera. Flojazo iba por el nivel 15 en el Tetris del gameboy. Norberto continuaba dormido. Rosa Magenta se comenzaba a disgustar porque se estaba perdiendo el control de la historia. El Dr. Quénoche bostezaba, esperando que comenzara la acción. Mefistófela era despertada por la versión de “Master of Puppets” en su celular. Y yo, cada vez más perdido con este dislate sin pie ni cabeza y arrepintiéndome por haberme adentrado en donde nadie me llamó.

-Dr. Quénoche, estoy harta de esta situación. No es posible que por el hecho de estar en desacuerdo dos sectores, no se dispongan a atender a mi adorado Norberto de Jesús, permitiendo que siga sufriendo los embates de una litiasis vesicular; porque estoy segura de que ése es el mal que le aqueja. Después de ser sometido a un ecosonograma abdominal, el diagnóstico será irrefutable, de manera que la opción de practicarle una colecistectomía, me parece la más indicada.

-¡Caramba, mi señora! Usted sí que maneja muy bien la terminología.

-Eso es porque protagonicé una novela hace un tiempo llamada “Amor Ectópico”. Se desarrollaba en un hospital y yo, era la jefa de cirugía. Hacía pareja con un tipo alto, fornido, galanazo, todo peludote, machote él. Es el mexicano este que trabajó en...

-Señora, ¡eh!, disculpe, pero tengo una sierra eléctrica encendida allá atrás, y el último recibo de luz me vino muy alto.

-Pero espere, Dr. Quénoche, por favor. Atienda usted a mi bienamado, por lo que más quiera. Mire, yo le puedo pagar con la herencia que me dejó el mayordomo; bueno, en realidad era mi padre.

-Está bien, pero déjeme ir a apagar la sierra.

-Doctor, por cierto, y usted, ¿en qué se especializa?

-Embalsamador y taxidermista. Pero no se preocupe, también soy veterinario y en mis ratos de ocio y de “mata tigre”, como éste, le hago al cirujano .

-Ah, bueno doctor, qué alivio...

Flojazo se había quedado dormido junto a Norberto (el gameboy lo dejó agotado). El doctor, luego de auscultarlo, le tomó la temperatura con un termómetro “rectal”. Bueno, luego se dio cuenta de que en realidad era “oral” y sacándolo inmediatamente de donde estaba, se lo introdujo en la boca (este doctor, sí que era terrorífico).

-¡Doctor! Ese no es mi querido Norberto, ese es Flojazo.

-¡Qué el diablo me lleve! Y yo fascinado porque pensé que se trataba de hermanos siameses. Un extraordinario caso para la ciencia.

Flojazo escupió el termómetro y se incorporó de un solo brinco. Se subió el pantalón y con los ojos desorbitados y un amargo sabor en la boca comenzó a lanzar manotazos.

-Atrás maléficas criaturas, déjenme en paz, en nombre del todopoderoso. Salgan demonios, yo invoco sus nombres para desterrarlos y devolverlos a donde pertenecen. Esto no es un gameboy, en realidad es un arma letal, un destructor de “belcebúces”, vampiros y hombres lobo. Atraaaaaaaássssssss...

-Flojazo, ya cálmate. Este es el Dr. Quénoche y va a atender a Norberto. Por favor, ve a tomarte un café, una manzanilla o algo. Lávate la cara que la tienes hinchada de tanto dormir. Ah, y cepíllate.

-Yo no estaba durmiendo. Sólo cuidaba a mi amigo. Siempre estoy listo para enfrentar al enemigo. Soy un tipo pacífico, pero armado. No lo olviden...

-Si, si, si, Flojazo- decía Rosa en tono cansino.

Flojazo salió rezongando y, buscando un baño, abrió sin querer la puerta de la oficina
del escritor. Éste y el narrador seguían discutiendo, “cierren esa puerta”, gritaron al unísono, y el pobre Flojazo no pudo hacer más que ejecutar la orden y continuar buscando el baño. En eso llegó a la sala de espera y se topó con una escena angustiante, desesperante: “Huckleberry”, estaba parado encima de una silla de ruedas y “Sebastián”, le movía la silla tratando de hacer que se cayera.

-Noooo güey, noooo güey... Pinche pendejo güey... Yaaaa güey... Me voy a caer cabrón... Noooo güey... Yaaaaa güey... Pinche bato pendejo güey... Qué me caigo, nooooo güey...

Flojazo sacó su celular y filmó el episodio pensando, “esto tengo que subirlo a Youtube”. Prosiguió su camino y abriendo otra puerta se encontró accidentalmente con la oficina del doctor Quénoche. En la pared, se encontraban colgados varios órganos disecados, como si se tratasen de cabezas de animales. Cada uno tenía un pequeña plaquita pegada a la madera con su nombre: “Estómago”, “Páncreas”, “Riñón”, “Pulmón”, “Corazón”, etc. Curiosamente, una de las tablas estaba vacía y en la plaquita se podía leer, “Vesícula”.

Flojazo comenzó a sospechar. Algo raro estaba pasando. Mejor terminaba de conseguir el baño, ya no aguantaba las ganas de orinar y el extraño sabor en su boca...

Rosa Magenta volvió a llamar a su hija al celular, quería exigirle su presencia en la clínica a la brevedad posible. Después de todo, Norberto era su padre, así que debía estar pendiente de él.

-Qué pasó marica.

-¡Cómo es la cosa! Es tú madre quien te habla, no ninguna de tus amigas.

-Perdón Rosa, me equivoqué, es que tu ringtone se parece al de “Oscuridad malévola ”.

-Madre, te he dicho que te dirijas a mí como, Madre.

-Lo que tú digas, Rosa.

-¿Y así es como saludas a tus amigas? Bueno, después hablamos de eso. ¡Mira! Necesito que te vengas, trae las pantuflas de conejito de tu padre y su libro de cuentos que se me quedaron en el cuarto.

-¡Rosa, qué fastidio! Yo voy a salir con mis amigos, vamos a la playa.

-Mefis, pero ustedes no y que son “Oscuros”, qué rayos van a hacer en la playa, donde hace tanto sol y la gente lo que escucha es reggaetón.

-Rosa, tu siempre arruinándolo todo...

Rosa, echando mano de sus “armas secretas” (ya sabemos que toda mujer las tiene, eso lo aprendimos en el capítulo anterior), le describió un poco la situación para ver si la entusiasmaba.

-Hija, las cosas por acá no se ven muy bien. Está lloviendo a cantaros, con rayos y truenos, lo extraño es que solamente llueve sobre la clínica. Por cierto, este edificio parece una mansión siniestra. Tiene más puertas y escaleras que una escuela de magia. Todo acá es muy sombrío. El doctor que atiende a tu padre, parece buena persona, pero tiene la apariencia de uno de esos asesinos que mata sólo por placer. Además, de vez en cuando se escuchan gritos, no he querido decir nada, pero, creo que aquí ocurren cosas extrañas...

-Más fiiiinooooo- respondió la hija.

-Pensé en llamar a los Cazafantasmas o a Scooby Doo, pero caí en cuenta de que ya tengo mucho rato cerca de Flojazo y me debo estar contagiando. Además, ¿quién se acuerda de los Cazafantasmas? ¡Por D-E-OOSSS!

-Rosa, creo que voy para allá. Dame unas dos horitas para bañarme, dos más para escoger qué ropa negra me pongo, si la franela negra, negra, o sólo la negra, si el pantalón negro que no está planchado, o el que tampoco está. Luego me das otra hora para vestirme y... ¡Ay! Rosa, te llamo ahora, se abrió una sesión de MSN en la “compu” y me parece que es “Osuridad Malévola”. ¡Bestia!

-¡Coño! Y ahora por qué me insultas.

-No, digo que, ¡bestia!, se abrió otra sesión y es “The Vampire”. Otra más, es “Caperucita Negra”, ¡mira!, se abrió otra, “Monje Asesino”. Y otra, “El Aniquilador Extremo”. ¡Qué arrecho! Tiempo sin ver a ese pana. Es un “frito” y burda de “comegato” pero bueno, a nosotros también nos dicen “comegatos”...

-Mefistófela, mejor me llamas cuando vayas saliendo para estar pendiente, pero coño, me llamas que para eso te compro un celular cada sesenta días y le recargo el saldo cada tres.

-Sí, Rosa... relajada, no problem.

-Madre, te he dicho que te dirijas a mí como, Madre.

-Lo que tú digas, Rosa.

Flojazo continuaba buscando el puto baño (perdón, pero es que ya me estoy cansando). Se consiguió con otra puerta, pero era la de la cocina. Queriendo hacerse el gracioso preguntó, “¿qué vamos a comer hoy?”, y le respondieron, “¡chino!”.

Cerró y siguió su camino preguntándose por qué no se había topado con ningún chino. “¡Ay, mamá! En esta vaina hay caníbales”.

Norberto tenía una “bolsa” con un contenido transparente, conectada a su vena. A “Huckleberry” y a “Sebastián”, que andaban hasta el occipucio de alcohol, les pareció gracioso llenar dicha “bolsa”, con tequila.

-Shssssss, rápido compadre. Pásele. La botella menso... ¡hip!

-¡Caballero!, esto es puro agave. ¡Ñó!

-Sí, agave. Agave bien compadre, agáveme que me caigo.

-No cojas lucha, asere. Échele, échele, que yo... le aguanto aquí.

Como era de esperarse, la pequeña broma dio pie a que Norberto de Jesús, se mantuviera ausente a todo lo que estaba aconteciendo. Cosa que no pude hacer yo. El narrador no regresaba, seguía metido en la oficina del escritor. El escritor, continuaba escribiendo, cosa que me parecía inverosímil porque, cómo carajo hacía para concentrarse en ello si se suponía que estaba discutiendo con el narrador. Por otro lado, cosas misteriosas se seguían suscitando, locos personajes permanecían en escena. Es decir, que las exigencias de ambos sectores se estaban cumpliendo. Particularmente, a este servidor ya le está pareciendo que aquí existe una componenda; una especie de pacto. Narrador y escritor continúan con su labor y yo, un tonto útil que está siendo utilizado como carne de cañón, ¡claro!, que sea yo el que corra con las consecuencias de tanto chiste soso, cosas incoherentes y mala praxis literaria.

-¡Dios santo! Norberto de Jesús Santos Umpierres Acosta Martínez y Calero, ¿hasta cuándo duermes?, calmante pa’ bueno mijito. No, qué va. Voy a buscar a otro especialista.


-¡Salud! ¡Bluurrrp! Perdón, pensé que estaba solo. ¡Ay!, ya no me duele...

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(Y después de esto... el final. Bueno, si es que logramos poner orden...)

2 comentarios:

Isa dijo...

ratoncitooo, muy bueno esto, muy bueno!

EduardoEquis dijo...

¡Que divertido desmadre!

Pobre Norberto, atrapado en un mundo como ese, con amigos y familiares como esos...

Y con un Dios-Escritor que ni sabe lo que hace.

¡Ay dios! Que se recupere Norberto después de todo esto!

¡Jajaja! Buenísimo!