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Todo el mundo dice que siempre hay que buscar el lado positivo a las cosas, es por eso que tratando de ver la parte buena de vivir en donde vivo (aparte de que “por ahora” es propiedad privada), encuentro que me facilita comprender la situación de mi país sin necesidad de salir de esos 21 pisos.
A ver amigo, te cuento que en mi edificio hay inseguridad, desidia, abulia, estulticia, desunión y pare usted de contar. Para muestra un botón: Ascensores, el mal de todos los edificios y dolor de cabeza de cualquier Junta de Condominio. Resulta que tenemos más de dos años con esos bichos dañados (los ascensores, no algunos habitantes del edificio ni los de la junta; bueno, de eso también hay) En varias ocasiones ambos se han detenido y la solución pues, ha sido utilizar las escaleras. “Es como subir al Ávila”, dicen los más entusiastas y optimistas, “un día de estos me van a conseguir desmayado, o muerto e’ bola”, advierten los más oscuros y agoreros. “La Junta de Condominio no sirve” “La gente no colabora” “Hay que convocar a una asamblea” “Hay que cambiar a la compañía que arregla los ascensores” (sic), etc., etc., etcétera. Entonces se convoca al pueblo, o mejor dicho, a los residentes del edificio, para que decidan todos en conjunto qué hacer. Los registros indican que deberían estar presentes 84 individuos en representación de las 84 familias que cohabitan el espacio, sin embargo la realidad es que como dicen, “siempre bajan los mismos cuatro gatos…” (Qué problema con la bendita abstención)
Los “cuatro gatos”, determinan que: “la junta está robando”, “la administradora está robando”, “la compañía que hace el mantenimiento está robando”, y todo el mundo está robando, de manera que el asunto hay que atacarlo de raíz, y para ello se llama a asamblea, y ahí se acaba con todas las “instituciones” para poner otras que sí estén interesadas en el bienestar social y la felicidad absoluta. Con las nuevas autoridades, organismos y procedimientos, ¡TODOS!, y vale decir, los que estuvieron y los que no, ¡TODOS!, esperan que las cosas, ahora sí, marchen bien. Retomemos ahora el ejemplo del ascensor. La primera decisión es que, como no hay presupuesto, se realizará una recaudación extraordinaria a fin de contar a la brevedad posible con los fondos suficientes para arreglar ambos artefactos.
Primer Round: “Nadie tiene plata”, “la situación está jodida”, “la vida cara”, “arreglemos uno primero, después arreglamos el otro”, “arreglemos uno primero, después, con calma, el otro”, “arreglemos uno primero, después, con calma, vemos cómo “parapeteamos” el otro”, “arreglemos uno primero, y con el otro… ¿de verdad hace falta otro?”.
Segundo Round: Con lo que se logró recoger (a duras penas y conste que muchos no colaboraron porque “no sabían”), pudo haberse arreglado uno, pero en pro del bienestar social, mejor se “parapetearon” los dos. “Viste que sí se podía, lo que pasa es que “lojótros” lo que hacían era robar…” Pasado un mes: “Es como subir al Ávila”, dicen los más entusiastas y optimistas, “un día de estos me van a conseguir desmayado, o muerto e’ bola”, advierten nuevamente los más oscuros y agoreros…
Tercer Round: “Señores necesitamos plata, pero esta vez sí que es para, ARREGLAR, no para remendar” “Bueno pero le ponemos un candado al ascensor y se le da llave sólo al que pague la cuota especial” “Arreglemos uno primero, y con el otro…” “¡Coño vas a seguir!” “Ah pero, yo no sabía, es que como aquí nunca dicen nada” “¡Que le corten la cabeza!”
Cuarto Round: Como Dios es grande y misericordioso, se logra echar a andar el sistema de ascensores, el cual trabajará de la siguiente manera: El impar ya no llegará hasta el 21 sino hasta el 19, y el par funcionara sólo en horario de oficina. “¡Genial!”, opinan los optimistas, “qué bolas, vamos a ver cuánto dura”, continúan los pajarracos de mal agüero. Con ligeras intermitencias en el servicio, el sistema mantiene su 80% de operatividad por espacio de tres meses, pasado ese tiempo se suscitan ciertos inconvenientes que obligan a aplicar pequeños correctivos: El impar ya no llegará al 19, ahora parará sólo en el 5, en el 7, en el 11, en el 13 se para también pero mejor que no lo usen ahí para ver si no seguimos empavados, y en el 17, “¡bingo!”, grita un optimista de ese piso. El par funcionara de ahora en adelante, tres horas en la mañana, dos en la tarde y tres en la noche, “¡qué cagada!” (Nunca falta esta expresión). Con intermitencias aún más fuertes en el servicio y pasado otro intervalo, tenemos que ahora el impar llegará hasta el piso 17, y de regreso, sólo de regreso, parará en el 11, nada más. El par sólo podrá ser utilizado en horas pico. “¡Funciona para mí!”, (malditos optimistas) “Yo sabía que esta vaina no iba a durar”, (agoreros de mierda).
Quinto Round: Desde hace unos meses, los optimistas ya no suben al Ávila, dicen que para qué, que ya no les hace falta, que esa vaina prácticamente la hacen todos los días (y ahora aderezan sus frases entusiastas con una que otra grosería; y se les ha comenzado a borrar la estúpida sonrisa) “¡Esta vaina se jodió!” (¡Coño!, tenían razón los agoreros). Lo interesante en este caso, es ver como después de haber transcurrido tanto tiempo, no se ha llegado a una solución definitiva. Sea por la causa que sea, la cuestión es que nadie se pone de acuerdo, y no existe unión ni solidaridad porque “a los de arriba” sólo les preocupa ver cómo carrizo hacen para llegar y permanecer vivos en el intento, mientras que “a los de abajo” no les importa porque, total, quienes están jodidos son “los de arriba” (“les ganamos una”, argumentan algunos).
Mientras esto pasa con los ascensores, puedo asegurarte, querido amigo, que si decides visitarme algún día, te percataras inmediatamente de la suciedad reinante en pasillos y escaleras, así como de lo desprovisto y descontento que se encuentra nuestro personal de vigilancia, y ni hablar de las fallas en cuanto a seguridad que todavía no se han atacado. Los de arriba y los de abajo, cada uno halando hacia su lado, y los que están en medio, ni pendiente mientras no sean muchas escaleras las que hay que subir, pero cuando la situación aprieta: “bueno qué cará, vamos a echarle pichón pero eso sí, no me metas en problemas con Carlos el del 3 ni con Josefina la del 19, tú sabes cómo es, con Dios y con el Diablo pa’ que nos dejen en paz…”.
¿Me preguntas por los de la junta?, bueno pana, la verdad es que yo no sé si roban o no roban, tampoco sé si lo hacen los de la compañía que arregla los ascensores; y los de la administradora son amigos míos así que… no chico, no creo. Además, yo no quiero problemas con nadie vale. El asunto es que la historia nos confirma una y otra vez, que los cambios siempre han sido impulsados por las masas. Claro que hay líderes, e instituciones, u organizaciones pero, sin el apoyo, el impulso o el reclamo de las masas, no son nada, ni se hace nada. Y no es que me esté poniendo filosófico ni contestatario, fíjate, yo al menos puse mi granito de arena en la última reunión de condominio que tuvimos: sugerí que cuando se dañaran por completo nuevamente los ascensores, invirtiéramos el orden en la numeración de los pisos, a fin de llegar más descansado al último porque sería en bajada.
Dos cositas para terminar: es impresionante nuestra capacidad de adaptación y acostumbramiento ante la adversidad y los trancazos, “bueno, al menos no son los 21 pisos, sólo son 18…”, “se jodió la bomba de agua, pero tranquilos que pa’ eso están los tobitos…”, “si me quitan esta vaina me voy pa’ donde mis viejos…”, “bueno, son las escaleras las que están sucias, no mi apartamento…”. Y, como te decía al principio hermano, lo bueno es que no tengo que salir a la calle, para comprender porqué, estamos como estamos.
A ver amigo, te cuento que en mi edificio hay inseguridad, desidia, abulia, estulticia, desunión y pare usted de contar. Para muestra un botón: Ascensores, el mal de todos los edificios y dolor de cabeza de cualquier Junta de Condominio. Resulta que tenemos más de dos años con esos bichos dañados (los ascensores, no algunos habitantes del edificio ni los de la junta; bueno, de eso también hay) En varias ocasiones ambos se han detenido y la solución pues, ha sido utilizar las escaleras. “Es como subir al Ávila”, dicen los más entusiastas y optimistas, “un día de estos me van a conseguir desmayado, o muerto e’ bola”, advierten los más oscuros y agoreros. “La Junta de Condominio no sirve” “La gente no colabora” “Hay que convocar a una asamblea” “Hay que cambiar a la compañía que arregla los ascensores” (sic), etc., etc., etcétera. Entonces se convoca al pueblo, o mejor dicho, a los residentes del edificio, para que decidan todos en conjunto qué hacer. Los registros indican que deberían estar presentes 84 individuos en representación de las 84 familias que cohabitan el espacio, sin embargo la realidad es que como dicen, “siempre bajan los mismos cuatro gatos…” (Qué problema con la bendita abstención)
Los “cuatro gatos”, determinan que: “la junta está robando”, “la administradora está robando”, “la compañía que hace el mantenimiento está robando”, y todo el mundo está robando, de manera que el asunto hay que atacarlo de raíz, y para ello se llama a asamblea, y ahí se acaba con todas las “instituciones” para poner otras que sí estén interesadas en el bienestar social y la felicidad absoluta. Con las nuevas autoridades, organismos y procedimientos, ¡TODOS!, y vale decir, los que estuvieron y los que no, ¡TODOS!, esperan que las cosas, ahora sí, marchen bien. Retomemos ahora el ejemplo del ascensor. La primera decisión es que, como no hay presupuesto, se realizará una recaudación extraordinaria a fin de contar a la brevedad posible con los fondos suficientes para arreglar ambos artefactos.
Primer Round: “Nadie tiene plata”, “la situación está jodida”, “la vida cara”, “arreglemos uno primero, después arreglamos el otro”, “arreglemos uno primero, después, con calma, el otro”, “arreglemos uno primero, después, con calma, vemos cómo “parapeteamos” el otro”, “arreglemos uno primero, y con el otro… ¿de verdad hace falta otro?”.
Segundo Round: Con lo que se logró recoger (a duras penas y conste que muchos no colaboraron porque “no sabían”), pudo haberse arreglado uno, pero en pro del bienestar social, mejor se “parapetearon” los dos. “Viste que sí se podía, lo que pasa es que “lojótros” lo que hacían era robar…” Pasado un mes: “Es como subir al Ávila”, dicen los más entusiastas y optimistas, “un día de estos me van a conseguir desmayado, o muerto e’ bola”, advierten nuevamente los más oscuros y agoreros…
Tercer Round: “Señores necesitamos plata, pero esta vez sí que es para, ARREGLAR, no para remendar” “Bueno pero le ponemos un candado al ascensor y se le da llave sólo al que pague la cuota especial” “Arreglemos uno primero, y con el otro…” “¡Coño vas a seguir!” “Ah pero, yo no sabía, es que como aquí nunca dicen nada” “¡Que le corten la cabeza!”
Cuarto Round: Como Dios es grande y misericordioso, se logra echar a andar el sistema de ascensores, el cual trabajará de la siguiente manera: El impar ya no llegará hasta el 21 sino hasta el 19, y el par funcionara sólo en horario de oficina. “¡Genial!”, opinan los optimistas, “qué bolas, vamos a ver cuánto dura”, continúan los pajarracos de mal agüero. Con ligeras intermitencias en el servicio, el sistema mantiene su 80% de operatividad por espacio de tres meses, pasado ese tiempo se suscitan ciertos inconvenientes que obligan a aplicar pequeños correctivos: El impar ya no llegará al 19, ahora parará sólo en el 5, en el 7, en el 11, en el 13 se para también pero mejor que no lo usen ahí para ver si no seguimos empavados, y en el 17, “¡bingo!”, grita un optimista de ese piso. El par funcionara de ahora en adelante, tres horas en la mañana, dos en la tarde y tres en la noche, “¡qué cagada!” (Nunca falta esta expresión). Con intermitencias aún más fuertes en el servicio y pasado otro intervalo, tenemos que ahora el impar llegará hasta el piso 17, y de regreso, sólo de regreso, parará en el 11, nada más. El par sólo podrá ser utilizado en horas pico. “¡Funciona para mí!”, (malditos optimistas) “Yo sabía que esta vaina no iba a durar”, (agoreros de mierda).
Quinto Round: Desde hace unos meses, los optimistas ya no suben al Ávila, dicen que para qué, que ya no les hace falta, que esa vaina prácticamente la hacen todos los días (y ahora aderezan sus frases entusiastas con una que otra grosería; y se les ha comenzado a borrar la estúpida sonrisa) “¡Esta vaina se jodió!” (¡Coño!, tenían razón los agoreros). Lo interesante en este caso, es ver como después de haber transcurrido tanto tiempo, no se ha llegado a una solución definitiva. Sea por la causa que sea, la cuestión es que nadie se pone de acuerdo, y no existe unión ni solidaridad porque “a los de arriba” sólo les preocupa ver cómo carrizo hacen para llegar y permanecer vivos en el intento, mientras que “a los de abajo” no les importa porque, total, quienes están jodidos son “los de arriba” (“les ganamos una”, argumentan algunos).
Mientras esto pasa con los ascensores, puedo asegurarte, querido amigo, que si decides visitarme algún día, te percataras inmediatamente de la suciedad reinante en pasillos y escaleras, así como de lo desprovisto y descontento que se encuentra nuestro personal de vigilancia, y ni hablar de las fallas en cuanto a seguridad que todavía no se han atacado. Los de arriba y los de abajo, cada uno halando hacia su lado, y los que están en medio, ni pendiente mientras no sean muchas escaleras las que hay que subir, pero cuando la situación aprieta: “bueno qué cará, vamos a echarle pichón pero eso sí, no me metas en problemas con Carlos el del 3 ni con Josefina la del 19, tú sabes cómo es, con Dios y con el Diablo pa’ que nos dejen en paz…”.
¿Me preguntas por los de la junta?, bueno pana, la verdad es que yo no sé si roban o no roban, tampoco sé si lo hacen los de la compañía que arregla los ascensores; y los de la administradora son amigos míos así que… no chico, no creo. Además, yo no quiero problemas con nadie vale. El asunto es que la historia nos confirma una y otra vez, que los cambios siempre han sido impulsados por las masas. Claro que hay líderes, e instituciones, u organizaciones pero, sin el apoyo, el impulso o el reclamo de las masas, no son nada, ni se hace nada. Y no es que me esté poniendo filosófico ni contestatario, fíjate, yo al menos puse mi granito de arena en la última reunión de condominio que tuvimos: sugerí que cuando se dañaran por completo nuevamente los ascensores, invirtiéramos el orden en la numeración de los pisos, a fin de llegar más descansado al último porque sería en bajada.
Dos cositas para terminar: es impresionante nuestra capacidad de adaptación y acostumbramiento ante la adversidad y los trancazos, “bueno, al menos no son los 21 pisos, sólo son 18…”, “se jodió la bomba de agua, pero tranquilos que pa’ eso están los tobitos…”, “si me quitan esta vaina me voy pa’ donde mis viejos…”, “bueno, son las escaleras las que están sucias, no mi apartamento…”. Y, como te decía al principio hermano, lo bueno es que no tengo que salir a la calle, para comprender porqué, estamos como estamos.
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3 comentarios:
Es tan cierto todo lo que has escrito...
mmmmmmmmm... mi Lémur, sugiera en la proxima reunón de la Junta que "los de arriba", suban como quieran (escalando, caminando, por ascensor(cuando haya), trotando, etc. etc.), cuando bajen... que lo hagan en benyi!! veran el edificio desde otro punto de vista... o mejor aun, que bajen en el andamio que usan los chamos para pintar los edificios... si llegan tarde al trabajo, es porque habia cola para bajar!! jojojo
Está EXCELENTE, Lémur. La verdad es que comparto esa sensación de desilusión que me transmites...
La gente que espera que "la gente" actúe, y si no lo hacen se arrechan (pero no toman cartas en el asunto), son tan comunes como los corruptos, desgraciadamente.
¡Ánimo! ¿Cuántos pisos te toca subir?
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