sábado, mayo 01, 2010

QUETIERNO




A Quetierno no le gustaban las zanahorias… tampoco las lechugas…

Quetierno se fue a dormir sin cenar, después de un baño con agua helada, “para congelar pensamientos impíos” - Se dijo.

Se puso un pijama para cubrir el peludo cuerpo, ocultó sus largas orejas bajo un pasamontañas y apretó con fuerza la boca, como queriendo evitar que sus grandes dientes delanteros salieran disparados. Finalmente se quedó dormido, después de contar: una zanahoria, dos zanahorias, tres zanahorias, cuatro zanahorias… Treinta hamburguesas, treinta y un hamburguesas, treinta y dos hamburguesas, treinta y tres hamburguesas, treinta y cuatro hamburguesas… Cincuenta bistés, cincuenta y un bistés, cincuenta y dos bistés, cincuenta y tres bistés, cincuenta y cuatro bistés…

Sangre… Sangre… Sangre…

Quetierno despertó sobresaltado, sudoroso, balbuceante y con una nervosidad preocupante. Esperó a recuperar el aliento para levantarse e ir al baño y para ello, comenzó a contar.

Una zanahoria, dos zanahorias, tres zanahorias, cuatro zanahorias…

Finalmente logró colocarse frente al espejo, posó sus patitas sobre el lavamanos, y abrió bien los ojos.

¡Sangre! ¡Sangre! ¡Sangre!

Los globos oculares por poco salen de sus cuencas, sus bigotes comenzaron a vibrar con frenesí y la quijada casi que cae al suelo. Algo rojo y espeso cubría su pijama, sus patitas, y hasta su esponjosa colita. Los gritos debieron haber alarmado a más de uno, pero nadie atendió.

“¡Sangre! ¡Sangre! ¡Sangre!”

Un rastro. Había un rastro que llegaba hasta la cama. Sus propias huellas, rojas, aun frescas. ¿De dónde venían? “Habrá que buscar”- pensó.

“¡No, mejor no!” “¡Sí, mejor sí!”

Con trémulo paso decidió seguirlas. “Hasta el final” “Hasta donde fuera” “Caiga quien caiga”- Se decía Quetierno, en voz alta, para darse ánimo. Aunque en su cabeza, podía verse desde afuera y al trasluz, un aviso luminoso: “¡Uy que miedo!”

“Ahí están, en el pasillo, en la sala, y llegan… y llegan… ¡Hasta la cocina!”

Quetierno narraba, como si estuviese alguien con él. Llegó a la cocina y al entrar…

“¡Sangre! ¡Sangre! ¡Sangre!”

En el piso, en el mesón, en la nevera, por todos lados.

“¡Sangre! Sangre… San… ¿Sangre?”

Quetierno pasó su dedo por el mesón y lo llevó a su boca. “¿Salsa de tomate?”- Exclamó.

Sí, era salsa de tomate, el sabor lo confirmaba, y también los dos frascos vacios dejados en el fregador. Pero había más…

“¿Qué demonios pasó aquí?”

Al abrir la nevera, Quetierno se percató de que faltaban algunas cosas. Cosas que nunca debieron estar ahí porque, sólo tenían que estar las zanahorias y las lechugas. Ni siquiera la salsa debía estar. Y ahora faltaban los bistés, la carne para hamburguesas y las salchichas. En verdad, nada de eso debió estar nunca ahí pero…

Quetierno estaba en terapia, para superar su extraña adicción. Luchaba con ella desde hacía años, pero siempre recaía. Era más fuerte que él, y lo vencía, al final, siempre lo vencía porque…

A Quetierno no le gustaban las zanahorias… tampoco las lechugas…