jueves, febrero 07, 2008

Historia de supermercado

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El joven Rabindranath se encontraba en la cola del supermercado desde hacía un largo periodo. Ya habían pasado las tres señoras que pagaron con “cestatickets”, los dos señores que cancelaron con tarjeta de débito pero no recordaban la clave, cuatro personas más que se empeñaban en revisar minuciosamente la factura de compra y, la doñita que siempre se le olvidaba algo y dejaba a la cajera esperando hasta que ella regresara con el fulano artículo.

Rabindranath estaba cerca; el espacio entre su carrito y la caja era mínimo. Sólo faltaba la jovencita que todavía ojeaba la lista de tres cuartillas para verificar que no hubiese omitido ningún producto. Después de apartar el tercer carrito que había utilizado, la muchacha le ofreció una dulce y alentadora sonrisa al joven Rabindranath como indicándole que ya faltaba poco.

Cuando se hizo el espacio, Rabin se volteo para tomar el primer artículo que montaría en la banda rodante y al incorporarse, se topó con el rostro afable y risueño de una ancianita. “¿Puedo?”, le dijo al momento que se adelantaba a colocar un paquete de galletas y un jugo de ciruelas en el espacio que segundos antes se encontraba desocupado. Rabindranath no reaccionó sino hasta que escuchó las voces de dos mujeres que estaban justo detrás de él. “¡Déjala pasar hombre de Dios, qué no ves que se trata de una pobre e indefensa abuelita…!”.

El joven guardó silencio, logrando sólo mostrar una gélida e incomoda sonrisa. De seguido, apareció en escena un vigilante que muy amablemente conminó a las dos mujeres que salieron en apoyo de la anciana a pasar antes que Rabindranath, ya que ambas se encontraban en avanzado estado de gravidez.

Rabindranath soportó de manera estoica y paciente. No dijo nada. La sonrisa permanecía intacta. Al fin era su turno y nada parecía interponerse entre él y la cajera… “Amor, ¿me dejas pasar?, sólo llevo una frasco de bebida hidratante y un paquete de toallas sanitarias. Anda, ¿sí?”. Tres gorilas fornidos, de quijada grande y karatekas que pasarían inmediatamente después que él, le gritaron al unísono, “¡déjala pasar imbécil!, ¿no te fijas en lo buenotota que está?” “¡Gracias muchachos!”, respondió la chica con cara de actriz porno y ropa deportiva bien ceñida al groseramente escultural cuerpo.

Temiendo una nueva incursión de alguien, cualquiera que se sintiese con más derechos que él, Rabindranath le cedió su turno a los tres gorilas fornidos, de quijada grande y karatekas. Quería ver cómo reaccionarían ellos ahora, ante una viejecita, una embarazada, una monja, un pastor evangélico discapacitado, un perro lazarillo o un turista con dolor de muelas. Pero nadie se presentó. Los tres gorilas fornidos, de quijada grande y karatekas, cancelaron tranquilamente sus provisiones de galletas energéticas, sus merengadas fortificadas, mineralizadas y vitaminizadas, un buen racimo de bananas importadas de Nigeria, seis kilos de chuletas de bisonte y una caja de bombones (¡Ay, papá!).

Un exhausto, tenso y sudoroso Rabindranath por fin llegó a la caja registradora. “Un momentito please, voy al baño y ya vuelvo, no mijo, es que aquí piensan que una es un robot…”. La decencia, la sociedad, sus principios, su crianza, su educación, todo se confabulaba para que Rabindranath se limitara a observar calladamente; sus manos y rodillas temblaban pero él, permanecía sereno, al menos de la cara para afuera.

Después de arreglar sus víveres y beberse una cerveza bien fría, el joven Rabindranath se fue a tomar una pequeña siesta, la cual se vio interrumpida unos instantes después por un avance informativo que se escuchaba en la radio: “¡Extra! ¡Extra! ¡Urgente! Noticia de última hora. Acaba de producirse una desgracia en las afueras del supermercado Bombay. Se trata de una masacre. Un acto cruel y desalmado en el que perdieron la vida una gran cantidad de personas a manos de un experimentado, bien adiestrado y certero francotirador. La lista de victimas fatales está compuesta por: Tres señoras que aún conservaban restos de talonarios de cestatickets en sus manos, dos señores a quienes se les encontró una tarjeta de débito a cada uno en su bolsillo, cuatro personas más que intentaron cubrirse con sus facturas de compra, una doñita que según algunos curiosos tenía fama de olvidadiza, una joven que yacía bajo un motón de bolsas del supermercado, una anciana que abrazaba un pote de jugo de ciruelas, dos mujeres embarazadas, un vigilante, una chica con cara de actriz porno y cuerpo groseramente escultural (“fui, fuio”…¡qué buenototota!), tres gorilas fornidos, de quijada grande y karatekas, una cajera, una monja, un pastor evangélico discapacitado, un perro lazarillo y un turista con dolor de muelas. Eso es todo por los momentos. Seguiremos informando…”

Rabindranath corrió al baño a echarse agua en la cabeza y comenzó a estregársela con fuerza, como queriendo lavar algún sórdido e impuro pensamiento.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

voilà!!!!!!!!!!
xD

EduardoEquis dijo...

Merde.

Chico... como que te ha pasado algo similar.

Pero que deseos tan feos se pueden tener ¿eh?....


:D