El hombre entró a la armería y pidió la mejor pistola que tuviesen para matar a una esposa infiel. El dueño de la tienda lo miró de arriba abajo, y sin detenerse a pensar bien en la frase, conminó a aquel hombre a que revisara el catálogo de armas que tenía sobre el mostrador.
-No vengo a escoger, simplemente quiero la mejor arma que tenga- Respondió el hombre.
-Dígame, cómo la prefiere ¿Pistola? ¿Revolver? ¿Escopeta?
-Algo de fácil uso, certero, contundente. Un arma que me libere lo más rápido e inescrupulosamente posible, de mi mujer.
-Oiga, usted parece un hombre serio.
-Tan serio, como el Pensador de Rodin.
-Entonces cómo es qué entra acá, solicitando un arma, con semejante pretexto.
El hombre respiró hondo, sacó un pañuelo para secar el sudor de su frente, miró hacia el techo, y luego, puso ambas manos en el mostrador, descargando todo el peso de su cuerpo.
Comenzó a hablar en un tono cansino, con un “¡No aguanto más!” .
El dueño de la armería escuchó con aprehensión, sin desdeñar ningún detalle, hasta que el hombre paró de hablar, sumiéndose luego en un llanto inquebrantable. -Calma hombre, que no se ha acabado el mundo,- le decía, tratando de tranquilizarlo. Con actitud paternal, lo llevó hasta su oficina, le pidió que se sentara y esperara un poco mientras iba a buscar un vaso con agua.
Estando ya cerca la hora de cerrar, el dueño de la armería no tuvo reparos en hacerlo un poco antes. Pasó llave a la reja y a la puerta y se dirigió hacia donde estaba el hombre intentando calmarse. Ahora era su turno de hablar, advirtiendo que esperaba se le prestase la misma atención que él mostró.
Un largo periodo transcurrió, hasta que por fin, el hombre salió de aquella oficina, con otro semblante, con una mejor disposición, pensando que tal vez, estaba en un error.
El dueño de la armería lo despidió con una palmada en la espalda y la promesa de que si pensaba las cosas con “cabeza fría”, se ponía en “los zapatos del otro” antes de emitir juicios y por sobre todas las cosas, se tomaba el tiempo suficiente para escuchar; seguramente le iría mejor en cualquier relación y se resguardaría de cometer cualquier acto irresponsable y lamentable en un futuro.
Al día siguiente, otro hombre llegó a la armería, en condiciones similares al del día anterior. El trato fue el mismo y el resultado, igual de positivo. A partir de esos incidentes, cada día, el dueño de la armería recibía a alguien que llegaba con la firme intención de adquirir un artefacto que acabara de manera fulminante, con la existencia de quien de alguna manera, perturbara su psiquis.
Al correr del tiempo, el dueño de la armería vendió el negocio, las ventas habían mermado, así que decidió irse a probar suerte en otro sitio.
Extraña y seguidamente después de su partida. En aquel lugar comenzaron a suscitarse una serie de crímenes pasionales que mantenían en ascuas a las autoridades y a toda la localidad.
De la armería, se supo que comenzó nuevamente a ser un negocio próspero...
-No vengo a escoger, simplemente quiero la mejor arma que tenga- Respondió el hombre.
-Dígame, cómo la prefiere ¿Pistola? ¿Revolver? ¿Escopeta?
-Algo de fácil uso, certero, contundente. Un arma que me libere lo más rápido e inescrupulosamente posible, de mi mujer.
-Oiga, usted parece un hombre serio.
-Tan serio, como el Pensador de Rodin.
-Entonces cómo es qué entra acá, solicitando un arma, con semejante pretexto.
El hombre respiró hondo, sacó un pañuelo para secar el sudor de su frente, miró hacia el techo, y luego, puso ambas manos en el mostrador, descargando todo el peso de su cuerpo.
Comenzó a hablar en un tono cansino, con un “¡No aguanto más!” .
El dueño de la armería escuchó con aprehensión, sin desdeñar ningún detalle, hasta que el hombre paró de hablar, sumiéndose luego en un llanto inquebrantable. -Calma hombre, que no se ha acabado el mundo,- le decía, tratando de tranquilizarlo. Con actitud paternal, lo llevó hasta su oficina, le pidió que se sentara y esperara un poco mientras iba a buscar un vaso con agua.
Estando ya cerca la hora de cerrar, el dueño de la armería no tuvo reparos en hacerlo un poco antes. Pasó llave a la reja y a la puerta y se dirigió hacia donde estaba el hombre intentando calmarse. Ahora era su turno de hablar, advirtiendo que esperaba se le prestase la misma atención que él mostró.
Un largo periodo transcurrió, hasta que por fin, el hombre salió de aquella oficina, con otro semblante, con una mejor disposición, pensando que tal vez, estaba en un error.
El dueño de la armería lo despidió con una palmada en la espalda y la promesa de que si pensaba las cosas con “cabeza fría”, se ponía en “los zapatos del otro” antes de emitir juicios y por sobre todas las cosas, se tomaba el tiempo suficiente para escuchar; seguramente le iría mejor en cualquier relación y se resguardaría de cometer cualquier acto irresponsable y lamentable en un futuro.
Al día siguiente, otro hombre llegó a la armería, en condiciones similares al del día anterior. El trato fue el mismo y el resultado, igual de positivo. A partir de esos incidentes, cada día, el dueño de la armería recibía a alguien que llegaba con la firme intención de adquirir un artefacto que acabara de manera fulminante, con la existencia de quien de alguna manera, perturbara su psiquis.
Al correr del tiempo, el dueño de la armería vendió el negocio, las ventas habían mermado, así que decidió irse a probar suerte en otro sitio.
Extraña y seguidamente después de su partida. En aquel lugar comenzaron a suscitarse una serie de crímenes pasionales que mantenían en ascuas a las autoridades y a toda la localidad.
De la armería, se supo que comenzó nuevamente a ser un negocio próspero...
2 comentarios:
Curioso.
¿Para que otra cosa sirve una pistola entocnes?... Bue, cuestión de percepciones.
Y... tuvo suerte el señor dueño?
Saludos!
JA,JA;jA..( Suspiro)
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