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Visitar un centro comercial, puede resultar una maravillosa experiencia. De hecho, para mi lo es, créanme mis queridos congéneres.
Me divierte mucho entrar a una tienda con mi esposa y mi hija, y ver las expresiones del resto de los asistentes al lugar. La flaca que dice estar gorda, la gorda que dice que con esa blusa se ve más flaca. El marido con cara de jabalí constipado mirando hacia la puerta y diciéndole a la mujer, “sí, todo te queda bien, vámonos”.
Muchas tiendas cuentan con un personal de seguridad y vigilancia, cuya misión principal es la de evitar la sustracción ilegal de mercancía del local, la segunda misión principal que tienen es la de acosar sicológicamente a la clientela. Estos sujetos andan en su mayoría trajeados de negro. Te siguen por todos lados escudriñándote con la mirada y poniéndote cara de “no te vas a llevar nada, es más, ni lo intentes”.
Cuando me toca ir a un lugar de estos en días de semana, aprovecho que por lo general ando vestido de manera similar a los personajes en cuestión y les aplico la misma técnica. Algunos se intimidan, otros se ponen a la defensiva, como si otro “macho alfa” estuviese invadiendo su territorio. Los más jóvenes te miran como si fueses un supervisor en visita sorpresa, entonces aguzan la vista y endurecen la actitud, tratando de demostrar cuan bien realizan su trabajo.
A veces la enfilo en contra de otros clientes y gozo internamente viendo como sueltan de inmediato alguna prenda o comienzan a internarse en los pasillos y recovecos de la tienda, tratando de escapar a mi mirada inquisidora.
Los fines de semana no puedo hacer eso, ¡cómo!, vestido de “cliente” resulta imposible; entonces me entretengo viendo las caras y poses de otros maridos. Es un poema caricaturesco, se los juro. Se puede ver a “Condorito” caer de espaldas cuando le muestran una prenda de cinco por cinco centímetros y tela de franela que cuesta lo mismo que un tratamiento de conducto.
Pueden ver a “Jhonny Bravo”, cuando se le acerca una dependienta a preguntar qué se le ofrece. A “Tom y Jerry” cuando el papá va detrás del carajito intentando evitar un desastre. Ni qué decir de “Pedro Picapiedras” anunciándole a “Vilma” que ya es hora de ir a comerse una hamburguesa de brontosauro.
La cola de las mujeres en el probador es otro divertimento. Si andan en grupo, mejor. No paran de criticar al resto, “qué bolas, cómo piensa ponerse eso”, “le queda horrible”, “qué ridícula, por De-osss...”, “¡marica! Agarró una igualita a la tuya, si es pajúa”.
Cuando entran al probador, se pueden escuchar cosas como estas: “¡Chama! Qué arrecho”, “te sirvió marica, no lo puedo creer”, “Papi, cómo me queda. Papi, papi... ¡Coño!, dónde se metió el cabeza e’ bola este ahora...”, “a lo mejor si le pongo un “bichito” aquí”, “¿y si le quito las mangas y el cuello?” “Mi amor, ¿y el niño?”.
Hay tiendas que me encantan por la música que ponen a manera de ambientación. Algunas utilizan ritmos electrónicos, esos que te transportan hacia un sitio en donde comienzas a dar brinquitos, tomándote una “Smirnoff Ice” y tratando a todo el mundo de “Marico” y “Guevón”. Otras ponen Reggae, en esas siempre espero que mis mujeres las revisen de proa a popa, de estribor a babor, no importa cuanto se tarden.
¿Alguna vez han entrado a una zapatería abarrotada de gente probándose zapatos, con cara de Führer y tapándose la nariz? Fíjense en la reacción de las personas cuando se les mira con circunspección a los pies descalzos, poco a poco los van enterrando debajo del mueble. ¿No se les ha ocurrido patear bien lejos el zapato que deja a un lado, el o la que se está probando uno nuevo frente al espejo?.
Nunca pierdo la oportunidad de entrar a las jugueterías. Aprovecho un descuido y ¡Zaz!, me escabullo para ver la nueva línea de Power Rangers, los Mystic Force que representan a criaturas mitológicas. El Roboraptor me sigue impresionando, así como los Hot Wheels, ahora los Transformers. Las librería son otra opción, aunque odio visitarlas cuando no tengo dinero. Distracción aparte, la que aportan los maniquíes, ustedes no se imaginan las cosas que tienen para contar, pero eso es parte de otra historia...
Al finalizar el periplo, entrar a un restaurante y tomarse una cerveza bien fría, resulta una delicia. Queridos amigos, el disfrutar o no de una tarde de centros comerciales, está en ustedes; sólo me resta desearles que en la próxima visita, la fuerza los acompañe.
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5 comentarios:
Hola!, me encantó lo que escribiste, me divertí mucho, sobre todo porque en mis "tardes de paseo por los centros comerciales" práctico mi deporte favorito: chupar vitrinas, osea velar lo que no puedo comprar... un poco de ociosidad no le hace daño a nadie... y relaja muchísimo..., Saludos,
noe
Jaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!! Si no fuera porque soy mujer, saldría corriendo ahora mismo a un centro comercial cualquiera! La cosa es que las conversaciones que te divierten 10 min en la cola del probador, una las tiene que escuchar toda su vida en los baños, probadores, almacenes, perfumerías, tiendas por departamentos, tiendas de uno sólo, etc etc etc. El cuento no sería tan dramático si una misma no se descubriera después hablando igual a ellas... "marica... bla bla" :S
Besos!
Z.-
Siii... los centros comerciales son como un zoológico con personas,se ve de todo!. A mi me encantan las librerias, dices que no te gusta cuando no tienes dinero, yo nunca tengo pero igualito me las paseo jeje.
¡AH! A lo que vamos a los centros comerciales... A VER.
Porque amigo, yo dinero no tengo. Así que me dedico a ver vitrinas, personas, el techo, la comida, el libro que no puedo comprar (si me arrecha esto), el juego de video que quiero tener y nunca tendré...
O sabes? ver como juegan al
Dance Dance Revolution...
Ahhh seh....
Saludos Lémur! Que estes bien!
ratoncitooo!!! me encantó el post, pero olvidaste contar la tragi-comedia de la feria de la comida, ese si q es otroo cuento, y personajes bien interesantes!!
un besito!!!
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