"Destilando Amor", producción de Televisa
para Univisión.
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Gracias a un "espíritu chocarrero", llegó a mis manos un texto de la afamada escritora Corín Tellado; se trata de "La Esposa Infiel".
Como estaba solo y fastidiado en mi casa, se me ocurrió algo interesante: Ir al baño, bajarme los pantalones, sentarme en la poceta y disponerme a leer el texto en cuestión.
El resultado fue inmediato, enseguida produje algo, de lo que quizás y hasta salga beneficiado.
Decidí "intervenir" el escrito (un poco, sólo un poco) y presentarlo aquí en este espacio, con la esperanza de que doña Tellado o algún relacionado lo lea y decida demandarme. Lo que seguramente me conducirá, a mis bien merecidos 15 minutos de fama.
Aquí está, les presento, mi propia versión de "La Esposa Infiel", de Corín Tellado.
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Nota: Sí quieren leer el original, se los envío a su dirección de correo, previo depósito de una módica suma en mi cuenta coriente (esta sería la segunda opción para lograr una demanda)
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Versión de “La Esposa Infiel”
Los dos hombres discutían sin percatarse de mi presencia, o simplemente no les importaba. A decir verdad, a mi tampoco me interesaba ese asunto. Todos los días era lo mismo: “Deja a esa mujer”, “que no la dejo”, “déjala o te pesará”, “que no”, “anda”, “a vaina, que no…”
Estaba harta, cansada. Con tanto trabajo, el calor agobiante, la inseguridad, las caraotas, la carne y la leche sin aparecer, y encima tener que calarme todas las tardes el mismo espectáculo.
Hoy no sería la excepción. Oscar Pastor, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, movía su cabeza en señal de negación a todo lo que le decía su hermano con voz enérgica y fuerte. Yo, desde mi rincón, ese pequeñísimo espacio donde estaba ubicado mi escritorio, trataba de continuar con la traducción del libro de mi jefe, Oscar Pastor.
El señor Oscar Pastor, es un prominente hombre de negocios y prolífico escritor. Sus obras han dado la vuelta al mundo y él también, porque “para eso tiene bastante real”, como él mismo afirma. Su hermano Eduardo, está dedicado al sacerdocio y es el párroco de la iglesia de esta comunidad.
El reclamo de Eduardo hacia su hermano, era a causa de la esposa de éste:
-Abre los ojos Oscar, esa mujer no te conviene. Es una regalada, una exhibicionista, una vulgar, una desvergonzada, una pu…
-Basta Eduardo, no sigas. Cómo que se te olvida que eres un sacerdote, modera tu vocabulario por amor a dios. ¡Y cálmate! Te va a dar un soponcio.
-Pero es que me haces salir de mis casillas. No entiendo a qué viene tanta testarudez.
-Y yo no entiendo tu ensañamiento con mi mujer. Dedícate a tu parroquia y déjanos a nosotros en paz.
-Se la pasa coqueteándole a cuanto hombre se le atraviesa. ¡Qué no te das cuenta! En la mañana sale en Babydoll a recibir al repartidor de periódicos. Se pone un bikini diminuto para ir a supervisar el trabajo del jardinero. Cada vez que se baja del carro, el chofer se queda con cara de haberse fumado un buen porro. El otro día le dije al cocinero que se chupara un limón, a ver si se le quitaba esa cara de infinita satisfacción, y adivina quién venía saliendo de la cocina, tú mujer.
-Eduardo, no entiendes que ella simplemente se preocupa por el bienestar del personal y además se ocupa en mantenerlos contentos. Todo eso es porque ella los trata con cariño, como se merecen pues.
-Qué ciego estás Oscar, ¿nunca te haz preguntado porqué a tu mujer le dicen en el club de golf, “puerta de aeropuerto”?
-No, por qué.
-Porque basta con parársele en frente para que se abra.
-Te estás pasando Eduardo, te estás pasando.
Aun no entiendo cómo es que yo, hija de un diplomático, nacida en Inglaterra, con dos títulos universitarios, perfecto dominio de cuatro idiomas y las tetas operadas, me sigo calando esto. Y a decir verdad, el “curita” como que hasta tiene razón. Pensándolo bien, la mujercita de mi jefe se las trae. Yo sé que no es ninguna santa, soy mujer y lo intuyo. Es mas, la he visto salir toda despeinada y desarreglada del cuarto de huéspedes, junto con el abogado de mi jefe. Pero jamás diría nada; primero porque soy mujer y debemos ser solidarias entre el mismo género y segundo, porque no soy capaz de hacerle daño al hombre que amo. Sí, así como lo oyen, yo, Mildred Brosnan, amo a Oscar Pastor. Amo sus libros, los he leído todos. Desde que tuve la suerte de ser entrevistada por el, quedé prendada de su porte, de su gallardía, de su voz, de todo él.
Llevamos un año trabajando juntos; comencé pocos meses después de haber llegado a este país. Al morir mi abuela, aquella corpulenta Trinitaria a quien todos llamaban “La Reina de los Helados”, decidí venirme a Venezuela. Quería romper con mi pasado. Con el alcoholismo de mi padre, la ausencia de una madre de quien sólo sé que mi padre se refería a ella como “La puta Irlandesa”. Un hermano en estado catatónico a causa de una sobredosis de estupefacientes y el doloroso recuerdo de la desaparición de mi mascota “Chutney”, una cabrita que era mocha de los dos cachos, del rabo y las orejas. La última vez que la vi, estaba en la calle jugando con los muchachos de la cuadra.
Ahora vivo en un pequeño apartamento que tengo rentado a pocos kilómetros de aquí. Lo busqué así, para estar cerca de mi escritor preferido, de “mi hombre”. Aun mantengo viva la esperanza de que algún día, el padre Eduardo logre convencer a Oscar de que se separe de Sonia.
El otro día, estaba sentada frente a mi pequeño escritorio, fantaseando con la foto de mi jefe, esa que robé de la sala de estar y que guardo aquí, en mi gaveta, oculta, secretamente resguardada. La miraba e imaginaba una playa solitaria, la brisa que nos envolvía, los susurros del mar como fondo musical y nosotros fundidos en un eterno abrazo; en eso llamaron a la puerta y desperté. ¡Que vaina! Otra vez el padrecito.
-Hola Mildred.
-Cómo está Padre ¿Todo bien en la iglesia?
-Si hija, todo bien gracias a Dios. ¿Y mi hermano?
-Ya le aviso que acaba de llegar, Padre.
-Un momento hija, quisiera conversar contigo unos instantes. Bueno, si no tienes algún inconveniente.
-¡Eh! Bueno, este, no, en realidad no Padre.
-Se trata de mi Hermano, Mildred. Ya no sé qué hacer para convencerlo de que deje a Sonia. Esa mujer no le conviene, y a decir verdad, no nos conviene a ninguno. Su reputación deja mucho que desear y su comportamiento mancha la nuestra. Ensucia nuestro abolengo.
-Yo no tengo nada en contra de la señora Sonia, y la verdad es que mi presencia en este lugar se debe a una relación netamente laboral. A un contrato de trabajo que firmé y en el cual decía en letras pequeñas “No le pares bolas a mi hermano”. Así que como comprenderá Padre, es poco o más bien nada, lo que yo pueda hacer.
Al rato bajó Oscar de su habitación, se saludaron e inmediatamente comenzó la perenne discusión:
-Qué la dejes.
-Qué no.
-Déjala.
-Te dije que no.
-Te compro un perro.
-Ni así me lograras convencer.
-Te dejo poner mi sotana y entrar al confesionario para que te enteres de muchos chismes.
-Muy hábil Eduardo, casi caigo, pero no. ¡Olvídalo!
Pasadas las horas en el mismo jaleo, me percaté de que ya era tarde; tomé mis cosas y me dispuse a retirarme, no sin antes despedirme de los hermanos, que a este punto de la discusión, ya se encontraban a escasos centímetros uno del otro y casi chocaban sus frentes, cual si se tratase de un par de búfalos en franco enfrentamiento. Terminé de recoger mis pertenencias y salí.
Afuera se encontraba, el Padre Eduardo. ¿Qué? ¿Cómo que el Padre Eduardo?
-Padre Eduardo, qué hace usted aquí, si lo acabo de dejar dentro de la casa peleando otra vez con su hermano.
-No soy el Padre Eduardo, soy su hermano gemelo.
-¡Mierda!
-¿Perdón?
-Este, no, bueno, digo, qué cosa, no sabía que los Pastor tenían otro hermano.
-En realidad, ni ellos mismos lo saben.
-Ahora entiendo menos.
-Mi hermano Eduardo y yo, fuimos separados inmediatamente después del parto. Le dijeron a mi madre que había nacido muerto y que mi padre se había encargado ya del sepelio, le hicieron prometer que nunca mencionaría nada, para no empeorar la precaria salud de mi padre. A mi padre le dijeron que no se trataba de gemelos, sino de un niño y un gran quiste, el cual lograron extirpar con éxito, pero que por favor, jurara por un puñado de cruces, que nunca le diría nada a mi madre, de lo contrario, podría hacerla morir de vergüenza.
-Y todo eso, ¿cómo para qué?
-Para llenar de intriga y misterio esta historia.
-¡Ah! Ya entiendo. Pero, y qué hace acá. ¿Viene a reunirse con sus hermanos? ¿A darles la buena noticia?
-No, se supone que yo aparezco mucho después de que usted de a luz. Estaba estipulado que yo saliera con la cara deforme y que me robaría a su hijo en venganza por haberme separado de mi familia.
-Pero, cómo me va a hacer eso a mí, si yo no estaba por todo eso para cuando usted nació. Además, cómo voy a parir si todavía no me acuesto con el protagonista.
-No sea tonta Mildred, ya usted sabe que eso va a pasar. Pero tranquila, estoy aquí, mucho antes de mi aparición, porque vine a renunciar.
-¿Y eso?
-Es que me ofrecieron trabajo en Colombia. Me van a dar el papel de un cirujano plástico que se especializa en implantes mamarios.
-¡Ah! Claro, pero es que sin tetas no hay paraíso…
-Así dicen. Bueno señorita Mildred, un placer haberla conocido y por favor, olvide que me vio por acá.
-Está bien, pero dígame, ¿cómo sabía mi nombre?
-El libreto señorita Mildred, el libreto…
-Por supuesto, el libreto...
Me fui a mi apartamento, necesitaba descansar. Montada en mi carro, arranqué pensando en el rico baño de espumas que me esperaba en casa, la botella de vino blanco enfriándose en la nevera y la última novela de Oscar Pastor, “Mi amada Mildred”, creo que el título de esa novela guarda un mensaje subliminal, o algo así, no sé.
En el camino, pasé frente al bar “Mí secreto”, afuera estaba Sonia. Vaya, vaya, pero qué sorpresa, Sonia Soler en la entrada de un bar. El Padre tenía razón, esa Sonia no tenía límites, y además, acompañada de un hombre, que por supuesto no era su marido. ¿Pero, qué hace? ¡Dios mío! Se están besando; ahora entran al bar, y ese desconocido lleva su mano puesta sobre la nalga de Sonia. ¡Descarada! ¡Sinvergüenza! Oscar no se merece esto.
Quisiera borrar de mi mente lo que acabo de ver. Me dan ganas de contárselo todo a Oscar. Me provoca apoyar al Padre Eduardo en su empeño de que Oscar y Sonia se separen. Así tendría el camino libre. Yo sería la gran beneficiada con todo esto. Pero no, no hablaré. Prefiero esperar, las cosas deberán caerse por su propio peso. Por cierto, pronto tendré que ir a revisarme las “lolas”, me parece que una de ellas quedó un poquito más baja que la otra.
¡Ay! Es tarde, me voy, mañana será otro día. Trataré de llegar muy temprano, para pasar más tiempo al lado de Oscar...
Un nuevo día y todo está en calma en la residencia de los Pastor. He tenido suerte, la primera cara que me consigo, es la de mi prohibido y secreto amor:
-Buenos días, Señor Oscar. Cómo amaneció hoy.
-Bien Señorita Mildred, un poco cansado, pero bien.
-¿Trabajando hasta tarde?
-No, es que tuve pesadillas y eso me tiene un poco alterado, algo nervioso. Por favor, abráceme señorita Mildred.
-Pero, ¡señor Oscar! ¡Caramba! No me apriete así que me saca los gases. ¡Cuidado! Saque las manos de allí que las tiene muy frías. Además, no arrugue que no hay quien planche.
No sé qué le pasa al señor Oscar, de verdad que esta extraño. ¿Será que sospecha algo? ¿Serán las discusiones con su hermano, que ya le están afectando? Mejor me sirvo un café y luego me pongo a trabajar.
Suena el timbre de la puerta. Sonia sale del cuarto del mayordomo, y éste, dando tumbos y subiéndose los pantalones, corre a abrir de inmediato.
-Buenos días – Por las barbas de mi abuela, es el Padre, otra vez-, cómo amanecieron todos, espero que bien. Y dónde está mi hermanito el “terquito”.
Oscar trata de escapar por la puerta trasera que da hacia el garaje. Pero el Padre Eduardo alcanza a verlo, e intenta frustrar su huída. No lo logra, y Oscar consigue llegar a tiempo para montarse en su convertible y salir en veloz carrera. “Me vas a oír, Oscar. Me vas a oír”, vocifera el Sacerdote.
Dirigiéndome hacia el baño, me percaté de que Silvia, la criada de los Pastor, salía de la habitación de Sonia, acomodándose el uniforme. Poco después salió Sonia, fumándose un cigarrillo y con la bata entreabierta.
El Padre Eduardo permanecía en la sala. Sonia salió y saludó a su cuñado con un guiño de ojo y humedeciéndose los labios con su lengua. -¡Va de retro, Satanás!- Gritó el cura, resguardándose tras su crucifijo. - Súcubo, pérfida, demonio en piel de oveja, impía – continuaba espetando el religioso hasta que abandono la casa, corriendo y santiguando todo a su paso.
Pasadas unas horas, Oscar entró de improviso a la sala y enchido de emoción, me tomó entre sus fuertes brazos y me apretó como si quisiese partirme en dos. Yo también me entusiasmé y cuando estaba a punto de estamparle un ósculo, acerco sus labios a mi oído y susurro lentamente “Te amo Sonia…”
“¡La madre que lo parió!” Fue lo primero que pensé. Poco a poco lo fui alejando -Disculpa Mildred, te confundí con Sonia. “Será que tengo cara de meretriz”, fue lo segundo que pensé.
-Qué lo tiene tan eufórico, Señor Oscar.
-Mildred, ya salió publicada mi última novela en Brasil. Parto en unas horas para estar presente en el lanzamiento, y para firmar autógrafos. Y ¿sabes qué? Tú vienes conmigo.
-Pero, Señor Oscar. Ni siquiera tengo equipaje preparado.
-Querida Mildred, vamos a Brasil. ¡Qué importa la ropa!
Estando en Brasil, todo salió tal y como estaba planeado. La presentación del libro, las entrevistas, los autógrafos, la reunión con el círculo de lectores, la rueda de prensa, el cóctel, las innumerables alzadas de copas y los incontables ¡Salud!
Cuando llegamos al hotel, al final del día, los tragos ya habían alterado suficientemente nuestros fundamentos y el sano juicio. En verdad, parecíamos poseídos por espíritus lascivos. Subimos al ascensor, llegamos al piso en donde estaban las habitaciones que teníamos asignadas y entonces, él me cargó, luego yo lo cargué a él, corrimos, gateamos, ladramos y en un abrir y cerrar de puertas, nos encontrábamos en la misma cama, sin ropas, sin culpas, sin pudor… y sin preservativos. Pero ya estábamos allí y qué le íbamos a hacer. Además, estaba escrito (“El libreto Mildred, el libreto…”)
En la mañana, me sentí atormentada por el olor a pecado, a impudicia. Mi corazón y mi estómago se unieron en un solo órgano. “¿Qué hice?” Me preguntaba a mi misma. “Es un hombre casado”. No podía soportarlo, tenía que salir de allí. Huir, correr, no seguir transgrediendo las leyes del creador. Tomé mi ropa y literalmente, desaparecí.
Por mucho tiempo anduve deambulando por las calles de Brasil, pensando en qué hacer. Terminé acudiendo a la embajada en donde pedí trabajo. El único cargo disponible era el de recepcionista, pero como no tenía ni para un poquito de aire, lo acepté.
Pasadas unas semanas, fui sorprendida en mi lugar de trabajo por una voz y una imagen bastante familiar. Era Oscar Pastor.
-¿Por qué huiste, Mildred? –me preguntó-. Para el momento en que nos acostamos, yo ya no estaba con Sonia. No te lo había dicho, pero un detective privado trabajaba desde hacía un tiempo para mí. Le encomendé seguir a Sonia a todos lados, pero los muy degenerados, terminaron “empiernados” también. Mi hermano Eduardo los descubrió. Cuando vino a decírmelo, yo ya tenía en mis manos el documento con el cual mandaba a anular mi matrimonio, alegando drogadicción, homosexualidad, demencia y doble personalidad.
-¿Y en todo eso incurrió Sonia?
-En realidad no, pero tranquila, que ya estoy viendo a un Psicólogo.
-Eduardo está afuera, el fue quien dio con tu paradero. Revisó tus archivos y descubrió que eras hija de un diplomático, entonces me dijo que podíamos agarrarte en la “embajadita”…
Un poco confundida todavía, abracé a Oscar y lo besé. Mis lagrimas brotaron en seguida, y las suyas también. El Padre Eduardo entró y nos acompaño en llanto. Luego se apersonaron Silvia, Sonia, mi padre el diplomático, la puta Irlandesa y mi hermano catatónico que al fin pudo reaccionar, quedando todos sumergidos en un mar de lágrimas.
Pocos meses después de casarnos, nació nuestro hijo, el pequeño Sincondón Pastor Brosnan.
Los dos hombres discutían sin percatarse de mi presencia, o simplemente no les importaba. A decir verdad, a mi tampoco me interesaba ese asunto. Todos los días era lo mismo: “Deja a esa mujer”, “que no la dejo”, “déjala o te pesará”, “que no”, “anda”, “a vaina, que no…”
Estaba harta, cansada. Con tanto trabajo, el calor agobiante, la inseguridad, las caraotas, la carne y la leche sin aparecer, y encima tener que calarme todas las tardes el mismo espectáculo.
Hoy no sería la excepción. Oscar Pastor, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, movía su cabeza en señal de negación a todo lo que le decía su hermano con voz enérgica y fuerte. Yo, desde mi rincón, ese pequeñísimo espacio donde estaba ubicado mi escritorio, trataba de continuar con la traducción del libro de mi jefe, Oscar Pastor.
El señor Oscar Pastor, es un prominente hombre de negocios y prolífico escritor. Sus obras han dado la vuelta al mundo y él también, porque “para eso tiene bastante real”, como él mismo afirma. Su hermano Eduardo, está dedicado al sacerdocio y es el párroco de la iglesia de esta comunidad.
El reclamo de Eduardo hacia su hermano, era a causa de la esposa de éste:
-Abre los ojos Oscar, esa mujer no te conviene. Es una regalada, una exhibicionista, una vulgar, una desvergonzada, una pu…
-Basta Eduardo, no sigas. Cómo que se te olvida que eres un sacerdote, modera tu vocabulario por amor a dios. ¡Y cálmate! Te va a dar un soponcio.
-Pero es que me haces salir de mis casillas. No entiendo a qué viene tanta testarudez.
-Y yo no entiendo tu ensañamiento con mi mujer. Dedícate a tu parroquia y déjanos a nosotros en paz.
-Se la pasa coqueteándole a cuanto hombre se le atraviesa. ¡Qué no te das cuenta! En la mañana sale en Babydoll a recibir al repartidor de periódicos. Se pone un bikini diminuto para ir a supervisar el trabajo del jardinero. Cada vez que se baja del carro, el chofer se queda con cara de haberse fumado un buen porro. El otro día le dije al cocinero que se chupara un limón, a ver si se le quitaba esa cara de infinita satisfacción, y adivina quién venía saliendo de la cocina, tú mujer.
-Eduardo, no entiendes que ella simplemente se preocupa por el bienestar del personal y además se ocupa en mantenerlos contentos. Todo eso es porque ella los trata con cariño, como se merecen pues.
-Qué ciego estás Oscar, ¿nunca te haz preguntado porqué a tu mujer le dicen en el club de golf, “puerta de aeropuerto”?
-No, por qué.
-Porque basta con parársele en frente para que se abra.
-Te estás pasando Eduardo, te estás pasando.
Aun no entiendo cómo es que yo, hija de un diplomático, nacida en Inglaterra, con dos títulos universitarios, perfecto dominio de cuatro idiomas y las tetas operadas, me sigo calando esto. Y a decir verdad, el “curita” como que hasta tiene razón. Pensándolo bien, la mujercita de mi jefe se las trae. Yo sé que no es ninguna santa, soy mujer y lo intuyo. Es mas, la he visto salir toda despeinada y desarreglada del cuarto de huéspedes, junto con el abogado de mi jefe. Pero jamás diría nada; primero porque soy mujer y debemos ser solidarias entre el mismo género y segundo, porque no soy capaz de hacerle daño al hombre que amo. Sí, así como lo oyen, yo, Mildred Brosnan, amo a Oscar Pastor. Amo sus libros, los he leído todos. Desde que tuve la suerte de ser entrevistada por el, quedé prendada de su porte, de su gallardía, de su voz, de todo él.
Llevamos un año trabajando juntos; comencé pocos meses después de haber llegado a este país. Al morir mi abuela, aquella corpulenta Trinitaria a quien todos llamaban “La Reina de los Helados”, decidí venirme a Venezuela. Quería romper con mi pasado. Con el alcoholismo de mi padre, la ausencia de una madre de quien sólo sé que mi padre se refería a ella como “La puta Irlandesa”. Un hermano en estado catatónico a causa de una sobredosis de estupefacientes y el doloroso recuerdo de la desaparición de mi mascota “Chutney”, una cabrita que era mocha de los dos cachos, del rabo y las orejas. La última vez que la vi, estaba en la calle jugando con los muchachos de la cuadra.
Ahora vivo en un pequeño apartamento que tengo rentado a pocos kilómetros de aquí. Lo busqué así, para estar cerca de mi escritor preferido, de “mi hombre”. Aun mantengo viva la esperanza de que algún día, el padre Eduardo logre convencer a Oscar de que se separe de Sonia.
El otro día, estaba sentada frente a mi pequeño escritorio, fantaseando con la foto de mi jefe, esa que robé de la sala de estar y que guardo aquí, en mi gaveta, oculta, secretamente resguardada. La miraba e imaginaba una playa solitaria, la brisa que nos envolvía, los susurros del mar como fondo musical y nosotros fundidos en un eterno abrazo; en eso llamaron a la puerta y desperté. ¡Que vaina! Otra vez el padrecito.
-Hola Mildred.
-Cómo está Padre ¿Todo bien en la iglesia?
-Si hija, todo bien gracias a Dios. ¿Y mi hermano?
-Ya le aviso que acaba de llegar, Padre.
-Un momento hija, quisiera conversar contigo unos instantes. Bueno, si no tienes algún inconveniente.
-¡Eh! Bueno, este, no, en realidad no Padre.
-Se trata de mi Hermano, Mildred. Ya no sé qué hacer para convencerlo de que deje a Sonia. Esa mujer no le conviene, y a decir verdad, no nos conviene a ninguno. Su reputación deja mucho que desear y su comportamiento mancha la nuestra. Ensucia nuestro abolengo.
-Yo no tengo nada en contra de la señora Sonia, y la verdad es que mi presencia en este lugar se debe a una relación netamente laboral. A un contrato de trabajo que firmé y en el cual decía en letras pequeñas “No le pares bolas a mi hermano”. Así que como comprenderá Padre, es poco o más bien nada, lo que yo pueda hacer.
Al rato bajó Oscar de su habitación, se saludaron e inmediatamente comenzó la perenne discusión:
-Qué la dejes.
-Qué no.
-Déjala.
-Te dije que no.
-Te compro un perro.
-Ni así me lograras convencer.
-Te dejo poner mi sotana y entrar al confesionario para que te enteres de muchos chismes.
-Muy hábil Eduardo, casi caigo, pero no. ¡Olvídalo!
Pasadas las horas en el mismo jaleo, me percaté de que ya era tarde; tomé mis cosas y me dispuse a retirarme, no sin antes despedirme de los hermanos, que a este punto de la discusión, ya se encontraban a escasos centímetros uno del otro y casi chocaban sus frentes, cual si se tratase de un par de búfalos en franco enfrentamiento. Terminé de recoger mis pertenencias y salí.
Afuera se encontraba, el Padre Eduardo. ¿Qué? ¿Cómo que el Padre Eduardo?
-Padre Eduardo, qué hace usted aquí, si lo acabo de dejar dentro de la casa peleando otra vez con su hermano.
-No soy el Padre Eduardo, soy su hermano gemelo.
-¡Mierda!
-¿Perdón?
-Este, no, bueno, digo, qué cosa, no sabía que los Pastor tenían otro hermano.
-En realidad, ni ellos mismos lo saben.
-Ahora entiendo menos.
-Mi hermano Eduardo y yo, fuimos separados inmediatamente después del parto. Le dijeron a mi madre que había nacido muerto y que mi padre se había encargado ya del sepelio, le hicieron prometer que nunca mencionaría nada, para no empeorar la precaria salud de mi padre. A mi padre le dijeron que no se trataba de gemelos, sino de un niño y un gran quiste, el cual lograron extirpar con éxito, pero que por favor, jurara por un puñado de cruces, que nunca le diría nada a mi madre, de lo contrario, podría hacerla morir de vergüenza.
-Y todo eso, ¿cómo para qué?
-Para llenar de intriga y misterio esta historia.
-¡Ah! Ya entiendo. Pero, y qué hace acá. ¿Viene a reunirse con sus hermanos? ¿A darles la buena noticia?
-No, se supone que yo aparezco mucho después de que usted de a luz. Estaba estipulado que yo saliera con la cara deforme y que me robaría a su hijo en venganza por haberme separado de mi familia.
-Pero, cómo me va a hacer eso a mí, si yo no estaba por todo eso para cuando usted nació. Además, cómo voy a parir si todavía no me acuesto con el protagonista.
-No sea tonta Mildred, ya usted sabe que eso va a pasar. Pero tranquila, estoy aquí, mucho antes de mi aparición, porque vine a renunciar.
-¿Y eso?
-Es que me ofrecieron trabajo en Colombia. Me van a dar el papel de un cirujano plástico que se especializa en implantes mamarios.
-¡Ah! Claro, pero es que sin tetas no hay paraíso…
-Así dicen. Bueno señorita Mildred, un placer haberla conocido y por favor, olvide que me vio por acá.
-Está bien, pero dígame, ¿cómo sabía mi nombre?
-El libreto señorita Mildred, el libreto…
-Por supuesto, el libreto...
Me fui a mi apartamento, necesitaba descansar. Montada en mi carro, arranqué pensando en el rico baño de espumas que me esperaba en casa, la botella de vino blanco enfriándose en la nevera y la última novela de Oscar Pastor, “Mi amada Mildred”, creo que el título de esa novela guarda un mensaje subliminal, o algo así, no sé.
En el camino, pasé frente al bar “Mí secreto”, afuera estaba Sonia. Vaya, vaya, pero qué sorpresa, Sonia Soler en la entrada de un bar. El Padre tenía razón, esa Sonia no tenía límites, y además, acompañada de un hombre, que por supuesto no era su marido. ¿Pero, qué hace? ¡Dios mío! Se están besando; ahora entran al bar, y ese desconocido lleva su mano puesta sobre la nalga de Sonia. ¡Descarada! ¡Sinvergüenza! Oscar no se merece esto.
Quisiera borrar de mi mente lo que acabo de ver. Me dan ganas de contárselo todo a Oscar. Me provoca apoyar al Padre Eduardo en su empeño de que Oscar y Sonia se separen. Así tendría el camino libre. Yo sería la gran beneficiada con todo esto. Pero no, no hablaré. Prefiero esperar, las cosas deberán caerse por su propio peso. Por cierto, pronto tendré que ir a revisarme las “lolas”, me parece que una de ellas quedó un poquito más baja que la otra.
¡Ay! Es tarde, me voy, mañana será otro día. Trataré de llegar muy temprano, para pasar más tiempo al lado de Oscar...
Un nuevo día y todo está en calma en la residencia de los Pastor. He tenido suerte, la primera cara que me consigo, es la de mi prohibido y secreto amor:
-Buenos días, Señor Oscar. Cómo amaneció hoy.
-Bien Señorita Mildred, un poco cansado, pero bien.
-¿Trabajando hasta tarde?
-No, es que tuve pesadillas y eso me tiene un poco alterado, algo nervioso. Por favor, abráceme señorita Mildred.
-Pero, ¡señor Oscar! ¡Caramba! No me apriete así que me saca los gases. ¡Cuidado! Saque las manos de allí que las tiene muy frías. Además, no arrugue que no hay quien planche.
No sé qué le pasa al señor Oscar, de verdad que esta extraño. ¿Será que sospecha algo? ¿Serán las discusiones con su hermano, que ya le están afectando? Mejor me sirvo un café y luego me pongo a trabajar.
Suena el timbre de la puerta. Sonia sale del cuarto del mayordomo, y éste, dando tumbos y subiéndose los pantalones, corre a abrir de inmediato.
-Buenos días – Por las barbas de mi abuela, es el Padre, otra vez-, cómo amanecieron todos, espero que bien. Y dónde está mi hermanito el “terquito”.
Oscar trata de escapar por la puerta trasera que da hacia el garaje. Pero el Padre Eduardo alcanza a verlo, e intenta frustrar su huída. No lo logra, y Oscar consigue llegar a tiempo para montarse en su convertible y salir en veloz carrera. “Me vas a oír, Oscar. Me vas a oír”, vocifera el Sacerdote.
Dirigiéndome hacia el baño, me percaté de que Silvia, la criada de los Pastor, salía de la habitación de Sonia, acomodándose el uniforme. Poco después salió Sonia, fumándose un cigarrillo y con la bata entreabierta.
El Padre Eduardo permanecía en la sala. Sonia salió y saludó a su cuñado con un guiño de ojo y humedeciéndose los labios con su lengua. -¡Va de retro, Satanás!- Gritó el cura, resguardándose tras su crucifijo. - Súcubo, pérfida, demonio en piel de oveja, impía – continuaba espetando el religioso hasta que abandono la casa, corriendo y santiguando todo a su paso.
Pasadas unas horas, Oscar entró de improviso a la sala y enchido de emoción, me tomó entre sus fuertes brazos y me apretó como si quisiese partirme en dos. Yo también me entusiasmé y cuando estaba a punto de estamparle un ósculo, acerco sus labios a mi oído y susurro lentamente “Te amo Sonia…”
“¡La madre que lo parió!” Fue lo primero que pensé. Poco a poco lo fui alejando -Disculpa Mildred, te confundí con Sonia. “Será que tengo cara de meretriz”, fue lo segundo que pensé.
-Qué lo tiene tan eufórico, Señor Oscar.
-Mildred, ya salió publicada mi última novela en Brasil. Parto en unas horas para estar presente en el lanzamiento, y para firmar autógrafos. Y ¿sabes qué? Tú vienes conmigo.
-Pero, Señor Oscar. Ni siquiera tengo equipaje preparado.
-Querida Mildred, vamos a Brasil. ¡Qué importa la ropa!
Estando en Brasil, todo salió tal y como estaba planeado. La presentación del libro, las entrevistas, los autógrafos, la reunión con el círculo de lectores, la rueda de prensa, el cóctel, las innumerables alzadas de copas y los incontables ¡Salud!
Cuando llegamos al hotel, al final del día, los tragos ya habían alterado suficientemente nuestros fundamentos y el sano juicio. En verdad, parecíamos poseídos por espíritus lascivos. Subimos al ascensor, llegamos al piso en donde estaban las habitaciones que teníamos asignadas y entonces, él me cargó, luego yo lo cargué a él, corrimos, gateamos, ladramos y en un abrir y cerrar de puertas, nos encontrábamos en la misma cama, sin ropas, sin culpas, sin pudor… y sin preservativos. Pero ya estábamos allí y qué le íbamos a hacer. Además, estaba escrito (“El libreto Mildred, el libreto…”)
En la mañana, me sentí atormentada por el olor a pecado, a impudicia. Mi corazón y mi estómago se unieron en un solo órgano. “¿Qué hice?” Me preguntaba a mi misma. “Es un hombre casado”. No podía soportarlo, tenía que salir de allí. Huir, correr, no seguir transgrediendo las leyes del creador. Tomé mi ropa y literalmente, desaparecí.
Por mucho tiempo anduve deambulando por las calles de Brasil, pensando en qué hacer. Terminé acudiendo a la embajada en donde pedí trabajo. El único cargo disponible era el de recepcionista, pero como no tenía ni para un poquito de aire, lo acepté.
Pasadas unas semanas, fui sorprendida en mi lugar de trabajo por una voz y una imagen bastante familiar. Era Oscar Pastor.
-¿Por qué huiste, Mildred? –me preguntó-. Para el momento en que nos acostamos, yo ya no estaba con Sonia. No te lo había dicho, pero un detective privado trabajaba desde hacía un tiempo para mí. Le encomendé seguir a Sonia a todos lados, pero los muy degenerados, terminaron “empiernados” también. Mi hermano Eduardo los descubrió. Cuando vino a decírmelo, yo ya tenía en mis manos el documento con el cual mandaba a anular mi matrimonio, alegando drogadicción, homosexualidad, demencia y doble personalidad.
-¿Y en todo eso incurrió Sonia?
-En realidad no, pero tranquila, que ya estoy viendo a un Psicólogo.
-Eduardo está afuera, el fue quien dio con tu paradero. Revisó tus archivos y descubrió que eras hija de un diplomático, entonces me dijo que podíamos agarrarte en la “embajadita”…
Un poco confundida todavía, abracé a Oscar y lo besé. Mis lagrimas brotaron en seguida, y las suyas también. El Padre Eduardo entró y nos acompaño en llanto. Luego se apersonaron Silvia, Sonia, mi padre el diplomático, la puta Irlandesa y mi hermano catatónico que al fin pudo reaccionar, quedando todos sumergidos en un mar de lágrimas.
Pocos meses después de casarnos, nació nuestro hijo, el pequeño Sincondón Pastor Brosnan.
10 comentarios:
excelente historia. jajaja pero faltó q mientras huía sonia la atropellaba y luego ella perdía la memoria. jejeje
Te copiaste de la historia de mi abuelita!!
¡¡¡QUE VAINA TAN BUENAAAA!!!
¡Jajajajajajaja!
Ahi... caramba...
Mira, tu que ya te convertiste en libretista de telenovelas, me puedes explicar porqué siempre usan a Eduardo como nombre en las histroias rosas esas...
Me choca.
Y aquí un cura. Fin de mundo...
Querida Isa:
Sí, faltó lo de la memoria y la ceguera, pero quizás así, le habríamos restado "credibilidad" al asunto...
Saucisse:
Qué parte? Toda? Bueno, por algo dicen que son "historias arrancadas de la vida misma" (Nótese que es "misma", no "mesma").
Yribarren:
Santo Dios! Parece que no te gustó...
Bróder Eduardo:
Es verdad, nunca falta un Eduardo en una novela rosa. El porqué, no lo sé. En este caso, pareciera ser un sarcásmo eso de llamar Eduardo a un sacerdote. A ver, dígame si es que la señora Tellado tiene conocimiento de su existencia, amigo Eduardo.
Como todo lunes, comienza la jornada con algo de lentintud. Mi cara de concentración extrema en el trabajo tuvo un importante problema por la carcajada que desesperadamente exigía su salida al mundo en el medio de mi oficina. No se puede. Un relato así no puede ser leído en la oficina. ¿Cómo puedes hacerle eso a mi cara de concentración extrema en el trabajo?
Vine a agradecer tu comentario en mi blog, pero ahora de leer varios posts del tuyo, no puedo sino guardar las carcajadas para cuando vaya al baño y recomendar tu blog en el mío.
¡Excelente manera de empezar la semana!
Definitivamente este Blog es la verga... y me disculpan si se me sale la cultura pero es que me cagué de la risa leyendolo.
Sobre todo porque confieso que me gustan las pedazo de novelas esas y la verdad amigo, que te quedo buenisima... pero te falto algo tipico de esas novelas: La DEscripción de la escena herotica, que seguro con tu manera de escribir habria quedado excelente ;)
Besitos y por favor no vayas a mi blog, porque ya me dio penita... jajjaaja
Zz:
Disculpa, no fue mi intención. Pero me hubiese gustado verte salir corriendo de tu oficina...
Jajaja, en este sitio, hacemos lo que podemos, así que no dejes de visitar, ni el mismo autor sabe con qué se pueden encontrar.
Gracias por la recomendación. Se tendrá en cuenta para el momento del juicio final y se haga necesario revisar cuantas buenas acciones tienes en tu haber. Amén...
violeta lila:
Por casualidad tu apellido es Flores? Bueno, no importa.
Hay una escena un tanto subida de tono, lo que pasa es que no tanto por lo de la ley resorte, tu sabes.
De todos modos, en cualquier momento pondremos algo más libidinoso, con lenguaje y contenido R, que no se pueda ver a menos que estés en compañía de un fiscal público...
Por lo de visitarte, bueno, ya veremos. A lo mejor y no te hago caso...
saludos del Lémur
GENIAL TU HISTORIA, MUY DIVERTIDA,
ME HE PASADO UN MOMENTO BASTANTE AGRADABLE ,
SERIA INTERESANTE HICIERAS MAS RESEÑAS DE ESTE TIPO, YA QUE APRECIO TIENES DON DEL HUMOR PARA CONTAR HISTORIAS ,
ME IMAGINO LAS QUE TENDRAS PARA CONTAR , ERES TODO UN PERSONAJE
SALUDOS DESDE MEXICO
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