jueves, mayo 31, 2007

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Después de recuperar la mesura
habiendo pasado el mal humor
levantamos la autocensura
buscando alivio al escozor
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El que no hable, está mal
al callarme no encuentro cura
no puedo seguir igual
después de recuperar la mesura
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Regreso a las andadas
eso será lo mejor
atrás quedan las bravuconadas
habiendo pasado el mal humor
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Ya encontraremos manera
de sacudirnos la amargura
por eso en forma sincera
levantamos la autocensura
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Con una creativa protesta
y manteniendo el pundonor
seguiremos de manera dispuesta
buscando alivio al escozor

miércoles, mayo 30, 2007

miércoles, mayo 23, 2007

CURSO DE ÁNGELES

Autor : Honorato Caldera Belloriru
Título: Angeles de la Resurrección
Técnica: Oleo sobre tela
Año de Ejecución: Primera mitad Siglo XX
Dimensiones: 50½ x 71 cm
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Venía caminando tranquilamente y sin voltear a ver ningún pantalón ceñido o embutido en cuerpo de fémina, ni minifalda alguna, cuando pegado en un poste, observé un cartel con la siguiente inscripción: Curso de Ángeles.

Me dije: ¡Dios santo! ¿Será que estamos tan mal, que ni con Ángeles contamos y debemos entonces prepararnos académicamente para asumir tales funciones?.

Imaginé una especie de “Self service espiritual”. Algo así como “Sálvese usted mismo” o “Provéase a si mismo de guarda, amparo y dulce compañía...”.

No anoté el número telefónico –qué descuido-. El cartelito me llenó de tantas interrogantes, que continué caminando sumido en un soliloquio, intentando desentrañarlas.

Ahora me encuentro metido en Internet, buscando información al respecto. Quiero ver precios, horarios, materias y sobre todo duración.

Si la cosa es en realidad como la estoy pensando, entonces necesito inscribirme cuanto antes... Quién quita y termino ofreciendo mis servicios a precios razonables.

Déjenme seguir buscando a ver en qué para todo esto, ya les avisaré...

jueves, mayo 17, 2007

Cuando no tenemos nada interesante, importante o inteligente que decir, lo mejor es optar por ciertos artilugios como por ejemplo: Confundir a la audiencia.

Presentando información engorrosa, confusa y presta a generar diversas opiniones y controversias, nos aseguramos al menos de llamar la atención de otros, bien sea para criticarnos, justificarnos, o tratar de parecer inteligentes haciendo creer a los demás, que nos entienden.

Dalí, Miró y Picasso, sabían mucho acerca de esto (y yo, con este último comentario, me acabo de asegurar unas cuantas críticas, opiniones y controversias...)

En honor entonces a mi falta de creatividad y argumentos para alimentar este espacio (al menos por estos días), publico la siguiente foto; cuyo origen desconozco y la verdad es que poco me importa... la idea es simplemente: Confundir a la audiencia, ya que no tengo nada interesante, importante o inteligente que decir...

Gracias a todos.


PD. No tomamos la prudente e inteligentísima opción del voto de silencio, debido a que de esa forma, no logramos llamar la atención.





martes, mayo 15, 2007

lunes, mayo 14, 2007

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Los Hermanos Chang, se han quedado en cueros. Ahora andan buscando en qué piel meterse, por eso montaron su talabartería...
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TALABARTERÍA
DE LOS HERMANOS
CHANG

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jueves, mayo 10, 2007

Lo que tengo que decir


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Vengo a decir algo, que nadie se atreve a decir. Lo he estado meditando por mucho tiempo, y me dije, “es tiempo de decirlo”. Además, por qué no; por qué no iba yo a decirlo, si es algo que desde hace mucho tiempo, todo el mundo ha querido decir.

Anoche me dije, “tienes que decirlo, es hora de que alguien lo diga”, y ya está, listo, vengo lo digo y punto, se acabó.

Sé que me costará decirlo, le ha pasado a muchos; a todos, por eso es que nadie lo ha dicho todavía, pero es tiempo, alguien tiene que decirlo.

Señores, el día ha llegado, estoy aquí para cumplir con un claro designio, decir lo que tengo que decir. Y es que si no lo digo ahora, sé que nunca lo diré.

Tengo que decirlo, no hay otra salida, las cosas se dicen o no se dicen, no hay medias tintas en cuanto a decir lo que se tiene que decir; se dice y punto, o no se dice y también punto.

El punto es que yo me decidí, tengo que decirlo y para eso estoy aquí; para decir lo que tengo que decir.

Hace algún tiempo, alguien estaba resuelto a hacerlo, pero no lo hizo, no lo dijo, y se fue sin decirlo. Todo el mundo se quedó esperando a ver qué era lo que tenía que decir ese sujeto, y no lo dijo. “Qué decepción”, dijeron muchos, al ver que el sujeto no dijo nada de lo que iba a decir.

Pienso que no debo cometer los mismos errores que otros. No señor, yo tengo que decirlo.

Hay algo que desde hace mucho tiempo tiene que decirse y ya es tiempo. Por eso estoy aquí -me parece que eso ya lo dije.

A ver, tengo que decir algo, muy importante, lo sé. No crean que no lo vaya a decir, si por eso vine, ¡rayos!

Voy a decir algo y quizás sea lo último que diga en mi vida. Es más, sé que todos están esperando a que lo diga. ¡Por dios! Y es que tengo que decirlo. El problema, es que ya no me acuerdo qué coño era lo que venía yo a decir…

Pero juro que en cuanto mi memoria se ilumine, los pensamientos se ordenen y los recuerdos regresen, yo me plantare aquí y diré todo lo que tengo que decir…

Por Zeus y mi tía barbuda…





lunes, mayo 07, 2007

Flojazo y la Técnica de las Zarigueyas


Flojazo miraba la televisión con su pijama de Spiderman puesta, la cara soñolienta y el control remoto en la mano a punto de caerse. Estaba tratando de ver las noticias y se espabiló cuando comenzaron las de “sucesos”.

Luego de diez minutos de información cargada de criminalidad, agresión, arrebato e impunidad, decidió que sus niveles de paranoia ya estaban recargados lo suficiente como para dedicarse a mirar otra cosa.

Paseándose entre las distintas opciones que le presentaba su operador de TV por cable, llegó por fin a algo que le apasionaba.

“¡El canal de animalitos, eso es!” El lugar donde se puede disfrutar otro tipo de violencia. Aves de rapiña despedazando pequeños mamíferos, leones peleando con hienas mientras éstas salen corriendo muertas de la risa, monos patoteros atormentando a un leopardo, una serpiente constrictora tragándose a un paquidermo y el principito chillando porque “no quiere una boa con un elefante dentro”...

Estaba por comenzar un documental acerca de las Zarigüeyas, un pequeño marsupial de color gris, hocico puntiagudo, orejas pequeñas y una cola larga y prensil.

Lo que más le llamó la atención a Flojazo, fue la particularidad que tiene este animal, de “hacerse el muertito” ante el peligro. Estos mamíferos, cuando son cercados, se quedan inmóviles, con la lengua afuera y los ojos vidriosos, fingiendo estar muertos, lo que hace que el atacante se retire; poco después, la zarigüeya se para y huye del lugar.

Relacionando este tema con el de las noticias, a Flojazo se le ocurrió que bien podría servir la ingeniosa estrategia, para hacerle frente a la amenazante y creciente inseguridad.

Al día siguiente, bien temprano en la mañana, Flojazo se dirigía a su oficina y en una de las calles que acostumbraba a transitar, oteó a lo lejos la presencia de un extraño individuo. El malencarado y desgarbado sujeto se aproximaba deprisa y Flojazo pensó que era una buena oportunidad para poner en practica la recién aprendida técnica de supervivencia.

Cuando el agresor en potencia estuvo lo suficientemente cerca, Flojazo cayó al piso, patas para arriba, con la mirada perdida y la lengua colgando hacia un lado.

El individúo terminó de acercarse y como si se tratase del mismísimo borrachito de la canción de “Pedro navaja”, tomó el reloj, el celular, “dos pesos” y se marchó... No precisamente tropezando, pero si algo desafinado, aquel hombre se alejó tarareando “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida...”

Flojazo al levantarse, se sacudió el pantalón y la chaqueta, y siguió caminando contento y orgulloso de haber no sólo salvado el pellejo, sino también de comprobar la efectividad de la poderosa “Técnica de la Zarigüeya”.
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Otras historias de Flojazo:
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miércoles, mayo 02, 2007

Divirtiéndome con "Corín Tellado"

Angélica Rivera y Eduardo Yánez en
"Destilando Amor", producción de Televisa
para Univisión.
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Gracias a un "espíritu chocarrero", llegó a mis manos un texto de la afamada escritora Corín Tellado; se trata de "La Esposa Infiel".
Como estaba solo y fastidiado en mi casa, se me ocurrió algo interesante: Ir al baño, bajarme los pantalones, sentarme en la poceta y disponerme a leer el texto en cuestión.
El resultado fue inmediato, enseguida produje algo, de lo que quizás y hasta salga beneficiado.
Decidí "intervenir" el escrito (un poco, sólo un poco) y presentarlo aquí en este espacio, con la esperanza de que doña Tellado o algún relacionado lo lea y decida demandarme. Lo que seguramente me conducirá, a mis bien merecidos 15 minutos de fama.
Aquí está, les presento, mi propia versión de "La Esposa Infiel", de Corín Tellado.
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Nota: Sí quieren leer el original, se los envío a su dirección de correo, previo depósito de una módica suma en mi cuenta coriente (esta sería la segunda opción para lograr una demanda)
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Versión de “La Esposa Infiel”

Los dos hombres discutían sin percatarse de mi presencia, o simplemente no les importaba. A decir verdad, a mi tampoco me interesaba ese asunto. Todos los días era lo mismo: “Deja a esa mujer”, “que no la dejo”, “déjala o te pesará”, “que no”, “anda”, “a vaina, que no…”

Estaba harta, cansada. Con tanto trabajo, el calor agobiante, la inseguridad, las caraotas, la carne y la leche sin aparecer, y encima tener que calarme todas las tardes el mismo espectáculo.

Hoy no sería la excepción. Oscar Pastor, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, movía su cabeza en señal de negación a todo lo que le decía su hermano con voz enérgica y fuerte. Yo, desde mi rincón, ese pequeñísimo espacio donde estaba ubicado mi escritorio, trataba de continuar con la traducción del libro de mi jefe, Oscar Pastor.

El señor Oscar Pastor, es un prominente hombre de negocios y prolífico escritor. Sus obras han dado la vuelta al mundo y él también, porque “para eso tiene bastante real”, como él mismo afirma. Su hermano Eduardo, está dedicado al sacerdocio y es el párroco de la iglesia de esta comunidad.

El reclamo de Eduardo hacia su hermano, era a causa de la esposa de éste:

-Abre los ojos Oscar, esa mujer no te conviene. Es una regalada, una exhibicionista, una vulgar, una desvergonzada, una pu…
-Basta Eduardo, no sigas. Cómo que se te olvida que eres un sacerdote, modera tu vocabulario por amor a dios. ¡Y cálmate! Te va a dar un soponcio.
-Pero es que me haces salir de mis casillas. No entiendo a qué viene tanta testarudez.
-Y yo no entiendo tu ensañamiento con mi mujer. Dedícate a tu parroquia y déjanos a nosotros en paz.
-Se la pasa coqueteándole a cuanto hombre se le atraviesa. ¡Qué no te das cuenta! En la mañana sale en Babydoll a recibir al repartidor de periódicos. Se pone un bikini diminuto para ir a supervisar el trabajo del jardinero. Cada vez que se baja del carro, el chofer se queda con cara de haberse fumado un buen porro. El otro día le dije al cocinero que se chupara un limón, a ver si se le quitaba esa cara de infinita satisfacción, y adivina quién venía saliendo de la cocina, tú mujer.

-Eduardo, no entiendes que ella simplemente se preocupa por el bienestar del personal y además se ocupa en mantenerlos contentos. Todo eso es porque ella los trata con cariño, como se merecen pues.
-Qué ciego estás Oscar, ¿nunca te haz preguntado porqué a tu mujer le dicen en el club de golf, “puerta de aeropuerto”?
-No, por qué.
-Porque basta con parársele en frente para que se abra.
-Te estás pasando Eduardo, te estás pasando.

Aun no entiendo cómo es que yo, hija de un diplomático, nacida en Inglaterra, con dos títulos universitarios, perfecto dominio de cuatro idiomas y las tetas operadas, me sigo calando esto. Y a decir verdad, el “curita” como que hasta tiene razón. Pensándolo bien, la mujercita de mi jefe se las trae. Yo sé que no es ninguna santa, soy mujer y lo intuyo. Es mas, la he visto salir toda despeinada y desarreglada del cuarto de huéspedes, junto con el abogado de mi jefe. Pero jamás diría nada; primero porque soy mujer y debemos ser solidarias entre el mismo género y segundo, porque no soy capaz de hacerle daño al hombre que amo. Sí, así como lo oyen, yo, Mildred Brosnan, amo a Oscar Pastor. Amo sus libros, los he leído todos. Desde que tuve la suerte de ser entrevistada por el, quedé prendada de su porte, de su gallardía, de su voz, de todo él.

Llevamos un año trabajando juntos; comencé pocos meses después de haber llegado a este país. Al morir mi abuela, aquella corpulenta Trinitaria a quien todos llamaban “La Reina de los Helados”, decidí venirme a Venezuela. Quería romper con mi pasado. Con el alcoholismo de mi padre, la ausencia de una madre de quien sólo sé que mi padre se refería a ella como “La puta Irlandesa”. Un hermano en estado catatónico a causa de una sobredosis de estupefacientes y el doloroso recuerdo de la desaparición de mi mascota “Chutney”, una cabrita que era mocha de los dos cachos, del rabo y las orejas. La última vez que la vi, estaba en la calle jugando con los muchachos de la cuadra.

Ahora vivo en un pequeño apartamento que tengo rentado a pocos kilómetros de aquí. Lo busqué así, para estar cerca de mi escritor preferido, de “mi hombre”. Aun mantengo viva la esperanza de que algún día, el padre Eduardo logre convencer a Oscar de que se separe de Sonia.

El otro día, estaba sentada frente a mi pequeño escritorio, fantaseando con la foto de mi jefe, esa que robé de la sala de estar y que guardo aquí, en mi gaveta, oculta, secretamente resguardada. La miraba e imaginaba una playa solitaria, la brisa que nos envolvía, los susurros del mar como fondo musical y nosotros fundidos en un eterno abrazo; en eso llamaron a la puerta y desperté. ¡Que vaina! Otra vez el padrecito.

-Hola Mildred.
-Cómo está Padre ¿Todo bien en la iglesia?
-Si hija, todo bien gracias a Dios. ¿Y mi hermano?
-Ya le aviso que acaba de llegar, Padre.
-Un momento hija, quisiera conversar contigo unos instantes. Bueno, si no tienes algún inconveniente.
-¡Eh! Bueno, este, no, en realidad no Padre.
-Se trata de mi Hermano, Mildred. Ya no sé qué hacer para convencerlo de que deje a Sonia. Esa mujer no le conviene, y a decir verdad, no nos conviene a ninguno. Su reputación deja mucho que desear y su comportamiento mancha la nuestra. Ensucia nuestro abolengo.
-Yo no tengo nada en contra de la señora Sonia, y la verdad es que mi presencia en este lugar se debe a una relación netamente laboral. A un contrato de trabajo que firmé y en el cual decía en letras pequeñas “No le pares bolas a mi hermano”. Así que como comprenderá Padre, es poco o más bien nada, lo que yo pueda hacer.

Al rato bajó Oscar de su habitación, se saludaron e inmediatamente comenzó la perenne discusión:

-Qué la dejes.
-Qué no.
-Déjala.
-Te dije que no.
-Te compro un perro.
-Ni así me lograras convencer.
-Te dejo poner mi sotana y entrar al confesionario para que te enteres de muchos chismes.
-Muy hábil Eduardo, casi caigo, pero no. ¡Olvídalo!

Pasadas las horas en el mismo jaleo, me percaté de que ya era tarde; tomé mis cosas y me dispuse a retirarme, no sin antes despedirme de los hermanos, que a este punto de la discusión, ya se encontraban a escasos centímetros uno del otro y casi chocaban sus frentes, cual si se tratase de un par de búfalos en franco enfrentamiento. Terminé de recoger mis pertenencias y salí.

Afuera se encontraba, el Padre Eduardo. ¿Qué? ¿Cómo que el Padre Eduardo?

-Padre Eduardo, qué hace usted aquí, si lo acabo de dejar dentro de la casa peleando otra vez con su hermano.
-No soy el Padre Eduardo, soy su hermano gemelo.
-¡Mierda!
-¿Perdón?
-Este, no, bueno, digo, qué cosa, no sabía que los Pastor tenían otro hermano.
-En realidad, ni ellos mismos lo saben.
-Ahora entiendo menos.
-Mi hermano Eduardo y yo, fuimos separados inmediatamente después del parto. Le dijeron a mi madre que había nacido muerto y que mi padre se había encargado ya del sepelio, le hicieron prometer que nunca mencionaría nada, para no empeorar la precaria salud de mi padre. A mi padre le dijeron que no se trataba de gemelos, sino de un niño y un gran quiste, el cual lograron extirpar con éxito, pero que por favor, jurara por un puñado de cruces, que nunca le diría nada a mi madre, de lo contrario, podría hacerla morir de vergüenza.
-Y todo eso, ¿cómo para qué?
-Para llenar de intriga y misterio esta historia.
-¡Ah! Ya entiendo. Pero, y qué hace acá. ¿Viene a reunirse con sus hermanos? ¿A darles la buena noticia?
-No, se supone que yo aparezco mucho después de que usted de a luz. Estaba estipulado que yo saliera con la cara deforme y que me robaría a su hijo en venganza por haberme separado de mi familia.
-Pero, cómo me va a hacer eso a mí, si yo no estaba por todo eso para cuando usted nació. Además, cómo voy a parir si todavía no me acuesto con el protagonista.
-No sea tonta Mildred, ya usted sabe que eso va a pasar. Pero tranquila, estoy aquí, mucho antes de mi aparición, porque vine a renunciar.
-¿Y eso?
-Es que me ofrecieron trabajo en Colombia. Me van a dar el papel de un cirujano plástico que se especializa en implantes mamarios.
-¡Ah! Claro, pero es que sin tetas no hay paraíso…
-Así dicen. Bueno señorita Mildred, un placer haberla conocido y por favor, olvide que me vio por acá.
-Está bien, pero dígame, ¿cómo sabía mi nombre?
-El libreto señorita Mildred, el libreto…
-Por supuesto, el libreto...

Me fui a mi apartamento, necesitaba descansar. Montada en mi carro, arranqué pensando en el rico baño de espumas que me esperaba en casa, la botella de vino blanco enfriándose en la nevera y la última novela de Oscar Pastor, “Mi amada Mildred”, creo que el título de esa novela guarda un mensaje subliminal, o algo así, no sé.

En el camino, pasé frente al bar “Mí secreto”, afuera estaba Sonia. Vaya, vaya, pero qué sorpresa, Sonia Soler en la entrada de un bar. El Padre tenía razón, esa Sonia no tenía límites, y además, acompañada de un hombre, que por supuesto no era su marido. ¿Pero, qué hace? ¡Dios mío! Se están besando; ahora entran al bar, y ese desconocido lleva su mano puesta sobre la nalga de Sonia. ¡Descarada! ¡Sinvergüenza! Oscar no se merece esto.

Quisiera borrar de mi mente lo que acabo de ver. Me dan ganas de contárselo todo a Oscar. Me provoca apoyar al Padre Eduardo en su empeño de que Oscar y Sonia se separen. Así tendría el camino libre. Yo sería la gran beneficiada con todo esto. Pero no, no hablaré. Prefiero esperar, las cosas deberán caerse por su propio peso. Por cierto, pronto tendré que ir a revisarme las “lolas”, me parece que una de ellas quedó un poquito más baja que la otra.

¡Ay! Es tarde, me voy, mañana será otro día. Trataré de llegar muy temprano, para pasar más tiempo al lado de Oscar...

Un nuevo día y todo está en calma en la residencia de los Pastor. He tenido suerte, la primera cara que me consigo, es la de mi prohibido y secreto amor:

-Buenos días, Señor Oscar. Cómo amaneció hoy.
-Bien Señorita Mildred, un poco cansado, pero bien.
-¿Trabajando hasta tarde?
-No, es que tuve pesadillas y eso me tiene un poco alterado, algo nervioso. Por favor, abráceme señorita Mildred.
-Pero, ¡señor Oscar! ¡Caramba! No me apriete así que me saca los gases. ¡Cuidado! Saque las manos de allí que las tiene muy frías. Además, no arrugue que no hay quien planche.

No sé qué le pasa al señor Oscar, de verdad que esta extraño. ¿Será que sospecha algo? ¿Serán las discusiones con su hermano, que ya le están afectando? Mejor me sirvo un café y luego me pongo a trabajar.

Suena el timbre de la puerta. Sonia sale del cuarto del mayordomo, y éste, dando tumbos y subiéndose los pantalones, corre a abrir de inmediato.

-Buenos días – Por las barbas de mi abuela, es el Padre, otra vez-, cómo amanecieron todos, espero que bien. Y dónde está mi hermanito el “terquito”.

Oscar trata de escapar por la puerta trasera que da hacia el garaje. Pero el Padre Eduardo alcanza a verlo, e intenta frustrar su huída. No lo logra, y Oscar consigue llegar a tiempo para montarse en su convertible y salir en veloz carrera. “Me vas a oír, Oscar. Me vas a oír”, vocifera el Sacerdote.

Dirigiéndome hacia el baño, me percaté de que Silvia, la criada de los Pastor, salía de la habitación de Sonia, acomodándose el uniforme. Poco después salió Sonia, fumándose un cigarrillo y con la bata entreabierta.

El Padre Eduardo permanecía en la sala. Sonia salió y saludó a su cuñado con un guiño de ojo y humedeciéndose los labios con su lengua. -¡Va de retro, Satanás!- Gritó el cura, resguardándose tras su crucifijo. - Súcubo, pérfida, demonio en piel de oveja, impía – continuaba espetando el religioso hasta que abandono la casa, corriendo y santiguando todo a su paso.

Pasadas unas horas, Oscar entró de improviso a la sala y enchido de emoción, me tomó entre sus fuertes brazos y me apretó como si quisiese partirme en dos. Yo también me entusiasmé y cuando estaba a punto de estamparle un ósculo, acerco sus labios a mi oído y susurro lentamente “Te amo Sonia…”

“¡La madre que lo parió!” Fue lo primero que pensé. Poco a poco lo fui alejando -Disculpa Mildred, te confundí con Sonia. “Será que tengo cara de meretriz”, fue lo segundo que pensé.

-Qué lo tiene tan eufórico, Señor Oscar.
-Mildred, ya salió publicada mi última novela en Brasil. Parto en unas horas para estar presente en el lanzamiento, y para firmar autógrafos. Y ¿sabes qué? Tú vienes conmigo.
-Pero, Señor Oscar. Ni siquiera tengo equipaje preparado.
-Querida Mildred, vamos a Brasil. ¡Qué importa la ropa!

Estando en Brasil, todo salió tal y como estaba planeado. La presentación del libro, las entrevistas, los autógrafos, la reunión con el círculo de lectores, la rueda de prensa, el cóctel, las innumerables alzadas de copas y los incontables ¡Salud!

Cuando llegamos al hotel, al final del día, los tragos ya habían alterado suficientemente nuestros fundamentos y el sano juicio. En verdad, parecíamos poseídos por espíritus lascivos. Subimos al ascensor, llegamos al piso en donde estaban las habitaciones que teníamos asignadas y entonces, él me cargó, luego yo lo cargué a él, corrimos, gateamos, ladramos y en un abrir y cerrar de puertas, nos encontrábamos en la misma cama, sin ropas, sin culpas, sin pudor… y sin preservativos. Pero ya estábamos allí y qué le íbamos a hacer. Además, estaba escrito (“El libreto Mildred, el libreto…”)

En la mañana, me sentí atormentada por el olor a pecado, a impudicia. Mi corazón y mi estómago se unieron en un solo órgano. “¿Qué hice?” Me preguntaba a mi misma. “Es un hombre casado”. No podía soportarlo, tenía que salir de allí. Huir, correr, no seguir transgrediendo las leyes del creador. Tomé mi ropa y literalmente, desaparecí.

Por mucho tiempo anduve deambulando por las calles de Brasil, pensando en qué hacer. Terminé acudiendo a la embajada en donde pedí trabajo. El único cargo disponible era el de recepcionista, pero como no tenía ni para un poquito de aire, lo acepté.

Pasadas unas semanas, fui sorprendida en mi lugar de trabajo por una voz y una imagen bastante familiar. Era Oscar Pastor.

-¿Por qué huiste, Mildred? –me preguntó-. Para el momento en que nos acostamos, yo ya no estaba con Sonia. No te lo había dicho, pero un detective privado trabajaba desde hacía un tiempo para mí. Le encomendé seguir a Sonia a todos lados, pero los muy degenerados, terminaron “empiernados” también. Mi hermano Eduardo los descubrió. Cuando vino a decírmelo, yo ya tenía en mis manos el documento con el cual mandaba a anular mi matrimonio, alegando drogadicción, homosexualidad, demencia y doble personalidad.

-¿Y en todo eso incurrió Sonia?

-En realidad no, pero tranquila, que ya estoy viendo a un Psicólogo.

-Eduardo está afuera, el fue quien dio con tu paradero. Revisó tus archivos y descubrió que eras hija de un diplomático, entonces me dijo que podíamos agarrarte en la “embajadita”…

Un poco confundida todavía, abracé a Oscar y lo besé. Mis lagrimas brotaron en seguida, y las suyas también. El Padre Eduardo entró y nos acompaño en llanto. Luego se apersonaron Silvia, Sonia, mi padre el diplomático, la puta Irlandesa y mi hermano catatónico que al fin pudo reaccionar, quedando todos sumergidos en un mar de lágrimas.

Pocos meses después de casarnos, nació nuestro hijo, el pequeño Sincondón Pastor Brosnan.